El periodo de adviento cobra gran importancia en la liturgia cristiana. A pesar de ser una tradición que da el sentido a la Navidad está cayendo en desuso. Tal vez sea por el marcado carácter lúdico y comercial del que se han imbuido estas fechas navideñas. En otro tiempo no tan lejano, las cuatro semanas previas a la Nochebuena: el Adviento, eran días de una espera ilusionante, y también de reflexión. Suponen la antesala que sirve como preparación espiritual ante el nacimiento de Jesús. El origen de este término es latino, adventus, que significa venida. El adviento es un momento de recogimiento para los cristianos en el que se trabaja la espera vigilante, es decir, de vigilia, esperanza, arrepentimiento, perdón y alegría. Unas semanas muy espirituales que comienzan el primer domingo más próximo al 30 de noviembre, día de San Andrés. Es el inicio del año litúrgico cristiano equiparable en importancia a la Cuaresma. Ambos son dos momentos muy relevantes para el Cristianismo: la muerte y el nacimiento de Cristo. En los hogares era tradición en las semanas previas a la Navidad poner el típico calendario de Adviento. Y en cada uno de los días se introducía un detalle, una figurita del belén, un deseo escrito en un papel, una fruta, una hoja seca, una golosina... Quizás lo de menos era lo que se decidía poner. Y es que lo importante era el camino que día tras día acercaba la llegada de la luz: la Navidad. También es cierto que coincide con la época del año más oscura en el Hemisferio Norte lo cual ayuda a la hora de hacer un viaje interior hacia nuestros adentros. Esas semanas previas a la Navidad eran de expectación para los niños, y también para los adultos que disfrutaban compartiendo la desbordante alegría infantil por la llegada de estas fechas cargadas de magia, de ilusión y de regalos.
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