La integración entre humanos exige reconocernos desde una visión elevada, muy por encima de nuestras diferentes religiones, nacionalidades, razas...

La “realidad” que situamos fuera, salpicada de división y enfrentamiento, no es objetiva como pensamos, pues depende especialmente de aquello en lo que centramos nuestra atención (el resto ni lo detectamos). A su vez esto depende de aquello que otros nos dijeron debíamos atender. Es, por tanto, un “otro” en nosotros quien decide y nos dicta cuál es “la realidad” que sucede, que no es tan “objetiva”, e igual para todos, como pensamos.

Los políticos, con su palabra falsa, acostumbran a aprovecharse de nuestras di-visiones de la realidad y, en vez de trabajar por integrarlas desde una perspectiva o ámbito más elevado, como pregonan a veces, se aprovechan de ello y alimentan la competición, pues eso les interesa, les renta.

Cuando miramos a la política actual, carente de ética, pretendiendo desde ahí la construción de una realidad mejor, miramos mal, en la dirección equivocada, pues la realidad que ansiamos no depende de ello, sino de nosotros mismos; se ilumina desde dentro.

Aprender a escucharnos y escuchar nuestra palabra, es lo que nos acerca o nos aleja de nuestro “corazón”. A través de la palabra que decimos podemos saber si somos nosotros o es un “otro” en nosotros el que habla, si somos quienes nos conducimos felizmente, o es el “otro” el que nos conduce por la senda del sufrimiento.