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Carta a la mar

A pesar de que no te había visti hace tiempo sigues tan fresca y lozana y sigues siendo el eco que repite mis pensamientos. En el verano atraes multitudes y todo el mundo parece feliz. Como yo voy a ti al amanecer cuando casi todo el mundo duerme, mis pensamientos me traicionan fielmente y contemplo al fondo, en el horizonte, pateras que te convierten en algo horrendo pero real: eterno tiradero de huesos y tripas de niños, madres, jóvenes hermosos, hombres y mujeres, que mueren con la única culpa de querer vivir, ser libres y abandonar el miedo a morir; pero la muerte la encuentran en ti como una mortaja de espuma negra, ahogándose en ronquidos de agonía.

Esta noche cenaré en casa de un amigo que ha pescado tres hermosos peces y que asará a la brasa y recordaré tus entrañas fértiles y el corazón del bosque y no será una brasa de lástima sino de puro gozo. Y mañana volveré de madrugada a parlar contigo de lo humano y lo divino, de ese reloj implacable que nos marca el respirar y el latido de corazón, las caricias y los respingos, el cañamazo, la herrumbre, el aldabonazo que hace despertar a ese animal en reposo que llevamos dentro y que masticando una cólera sorda nos hace vivir. Haremos un leve repaso de todo, sentado en una pequeña roca, respiraremos hondo y me despediré hasta la próxima. Cuídate y devuelve los cuerpos a la superficie, porque ya sé que no te gustan los cuerpos humanos y los devuelves a la orilla. Menos mal.

Daniel Ezpeleta Correo electrónico