Si hablamos de discriminaciones sexuales también deberíamos citar las de los hombres, ya que estos sufren el mayor ratio de accidentes laborales graves o mortales y, dicho sea de paso, leves también. Corren un mayor riesgo de sufrir agresiones físicas o muerte violenta, junto con más estereotipos y moldes culturales que fomentan esa violencia. Reciben una mayor manipulación de su sexualidad, lo cual conduce a que puedan dar a las mujeres un valor sexual y afectivo, y en consecuencia personal, superior al que estas acostumbran a darles a ellos. Los medios desprecian más a la figura masculina y dan una importancia y reconocimiento infinitamente superior a las discriminaciones femeninas. En la relación heterosexual enfrentan peores condiciones legales tanto por los usos y normas que favorecen repartos asimétricos tras las rupturas, como por el auge de las legislaciones de género, que consideran y sancionan severamente a los hombres como maltratadores por acciones apenas significativas si las realizan mujeres. Y por si esto fuese poco, de nuestros impuestos, de nuestro tiempo y energía, pagamos el generismo que nos excluye y discrimina. Ya que buena parte de la ciudadanía está en contra del feminismo de género el pago de impuestos para sus políticas debería ser voluntario en el IRPF. Entonces muchos sentiríamos que, al menos, si se nos discrimina, no se nos explota y nuestro trabajo sirve al bien común, en vez de apoyar el fortalecimiento de un modelo hembrista que ni compartimos ni nos convence, ya que se muestra nocivo e injusto en múltiples aspectos.
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