Una tímida mirada a los recién terminados Juegos Olímpicos repara en el triunfo de las mujeres frente a los eternos héroes varones. De Sevilla a Euskadi, ellas han representado la explosión del duro trabajo, el esfuerzo discreto durante años y años y sin apoyo significativo alguno. Mujeres que hacen quesos de oveja, que cursan varias carreras, que están a punto de retirarse tras un sinfín de lesiones... Mujeres, en suma, que no gozan del beneplácito de los medios de comunicación.

La sempiterna crisis, no nacida hoy sino nacida de años de brotes verdes, nos muestra mil y un reuniones de hombres de caras circunspectas, salvo la de Merkel, de iguales y numerosas chaquetas.

Quizás los Juegos y sus mujeres nos lleven a pensar en por qué solo se celebra Santa Águeda de modo anecdótico mientras que no se eligen a las mujeres, sacrificadas y las que mejor entienden de gestión económica; a niveles electorales, por qué vendemos tolerancia y nos resulta chirriante ver a una mujer en el poder y no digamos que sea presidenta de un Gobierno sensato, nada que ver con la argentina de nombre difícil.

Hasta la Iglesia relega a un segundo plano a las mujeres que día a día ven cómo los comedores sociales se llenan de gente en busca de un plato de comida y muchos de ellos muertos de vergüenza porque no quieren pedir. Un poquito de realidad, por favor.