A Patxi Zabaleta
Uno siempre puede llegar a cotas de estupefacción desconocidas cuando lee entrevistas a políticos. Sin ir más lejos, los últimos exabruptos de Patxi Zabaleta, político al que hasta ayer tenía en cierta consideración, a pesar de sus respaldos a las fuerzas de seguridad de Estado en el Parlamento navarro, traiciones a Nafarroa Bai, y tornadizas posiciones políticas adornadas de incomprensibles vaivenes ideológicos, me han trasladado al himalayismo del surrealismo. La parte en la que acusa a sus tres exparlamentarios de actuar de forma irreparable en contra del proceso de paz, cuando su labor ha sido en todo momento transparente y regida por unos principios éticos firmes, que han significado acuerdos de una transversalidad que, posiblemente, le han generado una envidia insana que no ha sido capaz de digerir, es de traca. Es tan disparatada que desacredita automáticamente al autor de la acusación. Recuerda a aquellas de la época estalinista que servían para que aquellos a quienes iban dirigidas, pasaran largas temporadas en el gulag de turno. Es una acusación formalmente bastante lejana al espíritu de una izquierda abertzale diferente que su autor pretendió alguna vez dirigir. De ninguna otra forma se podría entender una pataleta tal, a no ser que el único proceso de paz que se haya visto alterado sea el proceso de su propia paz interior.