La tragedia de Haití, obra despiadada de la naturaleza, sólo explicable por causas racionales, ha dejado en fuera de juego a monseñor Munilla, a los fundamentos teológicos de la cúpula vaticana y a San Manuel, bueno y mártir.
Ante catástrofes como esta, los fundamentos religiosos también se tambalean. ¿Puede haber algo peor que el sufrimiento, el dolor, la miseria, el hambre y la muerte? Sí, el infierno, dice la teología de monseñor Munilla, obispo de qué.
¿Para qué sirve la oración en estos casos? Que venga Freud y nos dé una explicación sobre su función. Para nada, el papel de Dios y sus adlátares queda empequeñecido, anulado, vamos, que tienen razón los que piensan en su inexistencia.
La Naturaleza, el universo es lo más parecido a nuestros dioses inventados. El dios de la teología se inhibe, se escabulle, no se implica ante la evidencia natural, porque no existe. Quien manda, quien tiene la última palabra es la Naturaleza. Ella es el dios al que no podemos doblegar todavía.
Estados Unidos es muy creyente. Cuidado, Zapatero. Es que Dios ha colmado de riquezas a nuestro país, me decían unos mormones. También los árabes de Bin Laden están muy agradecidos por los dones divinos. En cambio, Haití, Somalia, Eritrea no desean tener dioses tan magnánimos. No, la explicación tiene que ser otra alejada de la perspectiva divina sin sentido.
Sólo nos queda ayudar generosamente a los haitianos y solidarizarnos con su tragedia. Hacer las cosas bien para que tengan un futuro distinto.