Einstein afirmó que en las épocas de crisis es más importante la imaginación que el conocimiento; la cita podría ser oportuna, porque en estos momentos de precampaña hay un concepto que causa furor en la política vasca: la alusión a la renovación política; parece haber una competición dialéctica entre los partidos vascos a la búsqueda de la conquista de este nuevo terreno político marcado por la innovación, y podría pensarse que todo partido (y sus líderes) que no responda a esta nueva exigencia de regeneración política estará abocado al fracaso. ¿Es realmente así? La apelación a la renovación política se ha convertido en una especie de mantra que emerge en todos los discursos, pero cabe preguntarse si es suficiente como para poder gestar nuevas confianzas entre los electores o para reafirmar las ya existentes.

¿Qué significa en realidad el concepto de renovación? La acción y efecto de renovar se asocia a modernización, actualización, reforma, rejuvenecimiento, regeneración, a transformación, y etimológicamente deriva de “renovatio”, que significa restaurar, modernizar o cambiar una cosa sin validez por una nueva.

Cabría preguntarse si realmente es así, si el votante reclama renovación por renovación, si es esa la clave para rescatar la confianza perdida en la política, y también cabría reflexionar acerca de cómo ha de ser una renovación de verdad, real y efectiva, y si solo han de renovarse las personas, o también, como parece más lógico, han de renovarse los proyectos y las formas de hacer política.

Antes de intentar responder a estos interrogantes cabría aludir, como acertadamente señaló Daniel Innerarity, a la reflexión en torno a una necesaria renovación conceptual de la propia política, porque gran parte de los conceptos han envejecido en la política más que en otros ámbitos de la vida social que han llevado a cabo las necesarias renovaciones. La realidad es que en buena parte se sigue practicando en este ya casi primer cuarto del siglo XXI un tipo de política que maneja conceptos anclados en categorías del siglo XIX.

Y junto a esa circunstancia de enquistamiento o encorsetamiento de la política, asistimos a otra novedosa derivada que hace más imperiosa todavía la necesidad de esa renovación: de alguna manera, el carrusel político se ha convertido en algo muy parecido a la moda. La lógica de la moda ha invadido a la política, y la moda funciona con dos mecanismos, el de innovación, presentación de la temporada y obsolescencia. Pero muchas veces la innovación en términos de moda es una reposición de cosas viejas. Esa lógica está funcionando también en la vida política. Ha cambiado nuestro sentido de la historia y de la evolución del tiempo.

Una verdadera renovación exige autocrítica, por un lado, y por otro lado voluntad para no solo tratar de combatir los problemas que pueda tener una formación política, sino para indagar y profundizar en la raíz de los mismos. Inventariar los problemas es insuficiente. Hay que pensar, reflexionar y actuar sobre las causas. La asincronía entre los procesos de reflexión interna de las formaciones políticas y el sentir ciudadano acerca de los problemas que le preocupan exige superar la fase de meros enunciados de políticas y pasar al aterrizaje de propuestas concretas.

Los partidos políticos preparan las elecciones con una combinación de siglas, de candidatura y de programa. La campaña electoral es el momento de la diferenciación, de la búsqueda del contraste frente a las otras alternativas electorales. 

Y es necesario que esos tres vectores aporten pulsión competitiva y también voluntad de cooperación y de construcción. Por todo ello, y más allá de la proximidad de unas elecciones claves, es importante superar inercias e innovar de verdad y con profundidad.