Se cierra el año legislativo aquí y allá. Aquí, con presupuestos en todas las instituciones supramunicipales. Para llegar a esto ha sido preciso jugar mucho al rugby. Se ha pasado el oval a la mano y no han faltado melés, que siempre conllevan algún agarrón que otro más subido de tono. Allá, en cambio, lo que más se ven son cargas al cuello, juego muy feo; un barrizal en el que los aperturas se agarran al balón y no lo pasan al resto del equipo. Y patadas defensivas. Sánchez y Díaz se han abonado ellas porque, cuanto más tiempo está el balón en el aire o en terreno contrario, menos sufren en defensa.

El problema de esto es que acabas jugando a no perder, pero es imposible ganar. Las patadas defensivas del Gobierno español dilatan los debates pero acaban volviéndole con una carga de delanteros más compacta, más dolorosa que cuando él tenía el oval. Le acaba de pasar con el impuesto energético o la reducción de jornada. Visibiliza un titular que carece de sustrato sobre el que asentarse. Ni uno ni otro de estos asuntos se puede llevar a término lanzando para más adelante los consensos de los que carece.

¿Quién refrendará los decretos con los que viene brindando al sol en los temas que no han sido objeto de acuerdo amplio? Sin mayorías, no son nada. Y, mientras no haga equipo y éste sepa a qué se va a jugar, cada vez que se gire para pasar el balón encontrará detrás una legión de jugadores con las manos en los bolsillos. No es solo un conflicto ideológico entre dogmatismos de izquierda o derecha. Es que el pulso cainita entre las familias de la izquierda las mantiene atascadas en una vistosa pero estéril haka inicial. Entre ponerse caras feroces y darse golpes de pecho, se les van nuestro tiempo y confianza.