Sonaría a trama de guion de humor absurdo eso de que al presidente de los Estados Unidos le persiga la Justicia por sus líos de faldas pero todo el mundo sabe que John F. Kennedy tuvo un asunto con Marilyn Monroe, que Bill Clinton se dejó “controlar sus ansiedades” (sic) por Monica Lewinsky y que George W. Bush puso los pies sobre la mesa del salón de su rancho junto a José María Aznar y por alguna razón el presidente español salió de allí con un extraño acento tejano, como atestigua el vídeo de su rueda de prensa posterior. La incontinencia braguetera figura también en el origen de la imputación a Donald Trump por otro asunto tormentoso, como el nombre artístico de Stephanie Clifford, actriz y directora de cine porno conocida como Stormy Daniels. El expresidente con ánimo de repetir afronta cargos penales por pagar supuestamente con fondos poco claros a la actriz para que no trascendiera su rollo de una noche, que habría enturbiado su campaña electoral en 2016. Diré que no me preocupa con quién comparta lecho Trump más de lo poco que parece preocuparle a su señora pero sí que el tipo que puede decidir cuándo nos vence el contrato de vivos a todos, pulsando el botón rojo, esté dispuesto a supeditar su responsabilidad al capricho infantil de acostarse con una estrella del cine para adultos. Y, aún así, me acongoja más incluso que esta acabe siendo la única forma de sentar ante la Justicia al tipo que inspiró, jaleó y prácticamente agradeció el asalto al Parlamento de la primera potencia nuclear, o que dirige un emporio empresarial condenado por fraude fiscal masivo y continuado. Ya sé que a Al Capone, responsable directo o indirecto de asesinatos, extorsiones, proxenetismo y todas las lindezas propias del sindicato del crimen, solo consiguieron retirarle del mercado condenándole por evasión fiscal. Pero el corolario de perlas xenófobas, misóginas, homófobas y restrictivas de derechos y libertades sociales, políticas y laborales que le adornan exigirían, por salud democrática, algo más contundente que castigar su cutrerío.