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Biribilketa

Huele a fútbol

Cómo adoro el fútbol, me parece hasta un guiño poético que la final de la copita del mundillo del fútbol coincidiera con el Día del Migrante. Con minúsculas y diminutivo la primera y con mayúscula el segundo para compensar el ruido y la atención que una y otra efemérides han suscitado.

Es justo que, en un día como hoy, en el sector socioeconómico en el que la migración es el factor de crecimiento individual y colectivo más normalizado –para el que migra en busca de mejores condiciones de éxito económico y profesional y para el que le recibe y, a veces, hasta le endiosa- millones de fieles entregados y haters declarados se entreguen a la exaltación o defenestración de migrantes del lujo. Se llamen Messi o Mbappé, Griezmann o Neymar.

La gran ventana del fútbol no tuvo el lugar debido, en cambio, para el futbolista Amir Nasr-Azadin, que va a ser asesinado por las autoridades de Irán porque su defensa de los derechos de las mujeres le enemista con Dios, a su criterio. No es el primero ni el último y, pese a su condición de futbolista, su defensa no fue invitada a la fiesta del negocio balompédico.

Esta copita del mundillo no iba a mejorar nada como no nos ha hecho mejores personas la pandemia. Nadie va a desenterrar a los muertos en la construcción de los estadios ni va a consolidar los derechos humanos en el país que compró el espectáculo y la voluntad de políticos y responsables de la FIFA para disfrazar de fiesta su podredumbre moral, que compartimos con nuestro silencio. No lo hizo antes, ¿por qué esta vez? El reguero de esa cloaca persiste tras la final. Pero hay toneladas de perfume, también deportivo, esperando adormecer desde hoy nuestro olfato en lugar de lavar concienzudamente ese sobaco. Aspiremos hondo.