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Rubio de bote

Patxi Irurzun

Pintamonas

“Mariano Zaragüeta, el primer ilustrador profesional navarro, no recibió nunca el reconocimiento que merecía”

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El escritor y director del Salón del Cómic de Navarra, Javier Pérez de Zabalza, fue a escribir una fe de erratas y le salió un libro de doscientas cincuenta páginas. Es Zaragüeta, pintamonas el catálogo de la exposición que ha comisariado para el Museo de Navarra, y en el que rehabilita la figura de Mariano Zaragüeta, el primer ilustrador profesional navarro. El nombre de este artista seguramente no les suene, pero los más veteranos del lugar habrán visto y manoseado sus dibujos cientos de veces: Zaragüeta ilustró algunos de los libros infantiles más populares de la posguerra, como los de Antoñita la fantástica, de Borita Casas, o la serie de Celia, de Elena Fortún, o fue cartelista de varias campañas del Domund, aquellas de la huchas de chinitos. Por si eso fuera poco, medio Latinoamérica aprendió a leer y escribir manejando las cartillas Coquito, algo similar a nuestros Cuadernos Rubio, que también ilustró durante la etapa en la que vivió en Perú.

A pesar de todo ello, tal vez por su carácter reservado o por una renuncia a la autoría condicionada por sus abundantes trabajos como cartelista, rotulista, etc. −es decir, trabajos alimenticios, que no se firmaban− el nombre de este artista no solo no recibió nunca el reconocimiento que merecía, sino que cayó en el olvido. Pérez de Zabalza hace ahora justicia con él, aunque parta para ello de un descuido: en otra exposición titulada Imaginarios. Panorama de la Ilustración navarra, de la que también fue comisario, citó −“más bien de oídas”, confiesa− entre algunos pioneros de esta disciplina artística a Zaragüeta, pero transcribió su nombre como Marino, en lugar de Mariano. 

A Pérez de Zabalza su error le hizo obsesionarse con este artista y, a la postre, daría como fruto este magnífico catálogo en el que recupera el trabajo del dibujante pamplonés, aporta dibujos inéditos, corrige atribuciones erróneas… Todo ello, y sin perder la rigurosidad, con un tono fluido e ingenioso, en una obra en la que el autor, dice, ha dejado una parte de su vida, y que salpica con cientos de datos, alusiones a otros coetáneos de Zaragüeta y al contexto histórico que a este le tocó vivir, o con anécdotas arrebatadas a una peripecia vital sin demasiados sobresaltos, pues la existencia de Zaragüeta transcurrió siempre encadenada al tablero de dibujo. 

Pérez de Zabalza (a quien, por cierto, yo tengo agendado en el teléfono como Pérez de Zúñiga, no sé por qué, tal vez porque también debía desagraviar la errata si no con un libro, al menos con este artículo) reivindica con este trabajo no solo la figura de Zaragüeta, sino el trabajo de ilustradores, caricaturistas, dibujantes, que tan a menudo no recibe la consideración artística que se merece o es considerado una disciplina menor, un oficio de pintamonas.