Fortalecer el comunitarismo
Asistí el pasado 2 de octubre a una jornada organizada por la Diputación Foral de Gipuzkoa sobre gobernanza, democracia y espacio comunitario. En ella, los distintos intervinientes, profesoras y profesores de prestigiosas universidades, convinieron, a partir de diferentes puntos de partida en sus análisis, en resaltar una idea-fuerza: la necesidad de reforzar el comunitarismo, a través de un nuevo modelo de colaboración público-social.
El catedrático Pablo Oñate, Premio Nacional de Sociología y Ciencia Política en 2024, tras dejar constancia de que la palabra crisis no significa nada más que transformación, y destacar que en la sociedad actual existe una notable guerra de valores, apostó por introducir medidas de regeneración política (limitación de mandatos, mayor participación abierta etc.) para evitar que la democracia se convierta en una cámara de eco o burbuja sin permeabilidad alguna con la sociedad. Su tesis, que alertaba contra el auge de un populismo maniqueo y sectario que divide a la sociedad entre míos (amigos) y tuyos (enemigos), planteaba la reconfiguración de la esfera pública mediante una mayor implicación de la sociedad autoorganizada como mecanismo de intermediación. Un nuevo modelo de gobernanza horizontal y multinivel cuyo objetivo sería la democracia en plenitud; un nuevo modelo en el que la sociedad civil (esto puede rasgar alguna vestidura) refuerce tanto sus vertientes ofensivas (propositivas, de impulso) como defensivas (auditoras, fiscalizadoras etc.).
Xabier Retegi, ex consejero de Industria del Gobierno vasco y firme defensor del cooperativismo vasco, esgrimiendo la idea de que nos encontramos en un momento constituyente en el que existen importantes desajustes entre el cambio social y unas estructuras anquilosadas, abogó “por no dejarnos llevar” y sí dirigir el cambio con creatividad e imaginación.
Un cambio veloz y copernicano que, huyendo de cortoplacismos y encauzando su acción hacia proyectos estratégicos, debe proyectarse hacia un sistema comunitario-participativo sustentado en soportes éticos. En este modelo que Retegi denominó komunitategintza y que, por extensión, enlaza con el de gizagintza, la persona, con sus derechos, responsabilidades (su reivindicación permanente es una asignatura pendiente) y proyección social, sería considerada como “agente, soporte, eje, fundamento y fin”; un paradigma, por tanto, que entronca con la teoría del personalismo comunitarista de Emmanuel Mounier y Jacques Maritain, para quienes “las personas no son para la sociedad sino la sociedad para las personas”.
En el proceso de cambio que formula Retegi, es preciso pasar de tutelas paternalistas a tutelas comunitarias-subsidiarias, desde el sólido convencimiento de que la sociedad civil organizada, con sus plataformas, redes y convergencias es no tan sólo madura, sino “una mina de oro”. La apuesta de Retegi pasaba por establecer bases comunes para establecer un sistema de cooperación múltiple.
La periodista y antropóloga Lorea Agirre, quiso remarcar que el objeto del comunitarismo es el de la convivencia y la cohesión y apeló al cambio necesario para evitar en nuestra democracia una “eutanasia lenta”. Patxi Juaristi, académico de Euskaltzaindia y profesor de Ciencia Política, determinó que la política no es, en exclusiva, poder público y puso el foco en el riesgo real de que las democracias, en aras a una supuesta “seguridad del individuo”, deriven en una especie de “despotismo blando” (concepto de Alexis Tocqueville), poco evidente a primera vista pero que arrebata derechos sociales. Para él, lo público-institucional y lo social-comunitario deben saber reconocerse mutuamente en aras al bien común (una idea esta, mucho más profunda que la del bienestar social).
Por su parte, Andoni Eizagirre, experto en innovación social de Mondragón Unibertsitatea, incidió en la necesidad de cultivar conciencias en favor de conceptos como los de la equidad (dar a cada persona lo que merece) y la justicia social y apeló a generar propuestas convergentes para avanzar comunitaria y democráticamente.
Finalmente, la politóloga de la Euskal Herriko Unibertsitatea Ainhoa Novo, trasladó la idea de una comunidad social empoderada, una comunidad bien capaz de gestionar los bienes comunes.
Grandes ideas, expuestas por grandes ponentes. Ideas todas ellas que englobadas en una coyuntura democrática en la que las disputas tribales se alzan sobre los contenidos (el quien lo dice resulta más importante que lo que se dice), enmarcadas en un panorama político donde la frivolidad y la ligereza de los políticos han devaluado términos, principios y conceptos en una competitividad electoral centrífuga que tiende a premiar a los extremos, parece imprescindible fortalecer la democracia desde plataformas de concertación público-sociales, donde el comunitarismo no se entienda como un contrapoder (estructura que se erige frente al poder oficia) sino como un compañero de viaje (bidelagun).
En la jornada organizada por la Diputación Foral de Gipuzkoa, Xabier Retegi lanzó la idea de construir un Decálogo Comunitario que, trasladado a las distintos órganos legislativos de Gasteiz e Iruña a través de una Proposición No de Ley, defina y ponga los cimientos de una coparticipación político-institucional-comunitaria, sólidamente democrática. Soltar amarras, repensar, deconstruir ideas, abandonar inercias de la vieja política vertical, afianzar la sociedad civil autoorganizada como núcleo de colaboración responsable y no mero receptor de ayudas públicas. Sin imposiciones y sin café para todos.
A lo largo de la historia, la vieja democracia pirenaica, la vieja democracia vasca que tuvo en el Reino de Navarra su gran formulación jurídico-política, parece que influyó, en opinión de diversos autores franceses e ingleses, en la configuración de las conocidas como Provisiones de Oxford (1258), considerada como la primera constitución escrita de Inglaterra. Hoy en un contexto en el que, como afirmó Retegi, “estamos en la meta de salida de un cambio global”, tenemos la oportunidad y también la obligación de transitar hacia un nuevo paradigma de consolidación democrática para el conjunto de la ciudadanía de Euskalerria en el que el comunitarismo, un comunitarismo que enlaza, en muchos casos, con el concepto de familia como “molécula de la democracia” y con la tradición secular del auzolan, adquiera verdadero protagonismo.
Para que este precioso viaje tenga éxito, sólo hay que actuar con responsabilidad compartida y ser conscientes de lo que somos. Ser responsable es, nada más y nada menos que, como dijo la filósofa alemana Hanna Arendt (1906-1975), “ocuparse de uno mismo y de lo común”. Ser conscientes de lo que somos es, como expresó Andoni Eizagirre, aceptar los riesgos que comporta ser una trainera en un mar de trasatlánticos.