Salgo al balcón a echar una calada y aparece ama, mira malamente mi cigarro y le pido que no se lo diga a mi cardióloga, aunque añado que creo que no le importa mucho, pues en julio me envió la cita para septiembre… del ¡¡26!!.
Me pregunta sobre el panorama político español, le cuento los acontecimientos de los últimos meses, pone cara de pensar y me dice que le recuerda a mi adolescencia. ¿Y eso?, le pregunto. Me explica que si hoy me pillaban fumando Celtas, mañana oían un ruido de madrugada en la escalera, salían a ver y me encontraban beodo, y a los tres días les llamaba un marista porque, junto a otros, habíamos dado fuego a una palmera de su jardín. Eso les llevó a ella y aita al sinvivir de no saber por qué castigarme ya que se les acumulaban los delitos, produciéndose el efecto de que lo que hoy hacía, borraba lo hecho ayer. Le comento que no sería para tanto y ella, con una mueca de enfado, casi me vuelve a pellizcar como entonces.
Entonces me doy cuenta de la similitud: Que si la mujer de Sánchez y su máster, luego lo de Ábalos y Koldo, enseguida lo de Cerdán, los robos de Montoro cuando fue ministro, para terminar con la bronca de los incendios en agosto, la gresca del genocidio palestino, el escándalo de la sanidad en Andalucía o la trifulca de volver al debate del aborto. Cada uno de los barullos llenos de insultos y broncas llevan tanto altavoz y cobertura mediática y se suceden a tal velocidad que nos olvidamos del anterior. Vamos pasando pantallas a una velocidad de vértigo, la misma a la que la memoria apaga los embrollos previos.
Y cuando se despide me dice que aprendamos en Euskadi para hacer lo que sea por alejarnos del ruido, incluidas las Anduezadas, que las hipérboles y su estrépito impiden debatir, gestionar y hacer avanzar un País.