Desde luego, no me veo con ganas ni con capacidad como para criticar las formas de hacer del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, entre otras cosas, porque para hacerlo debería asimilar la psique del ciudadano medio de aquel país, que es el que le ha dado al citado los poderes para hacer y deshacer, incluso por encima (o por debajo) del ordenamiento jurídico vigente. Y eso, de momento, me parece misión imposible. Sería como comparar la capacidad de raciocinio y la forma de vivir de una trucha con las de un gato doméstico, especies que, efectivamente, pueden convivir en el mismo ecosistema, pero en medios totalmente incompatibles. 

Las diferencias entre las formas de entender el mundo de, digamos, un ciudadano de Madison (Indiana), y las del que escribe y suscribe estas líneas, oriundo de esta parte del mundo presuntamente civilizado, son semejantes a las citadas con anterioridad. Ambos dos compartimos los valores generales de Occidente y, sin embargo, vivimos en planos diferentes (de momento). 

Cierre del gobierno

Acuerdo. No es la primera vez que ocurre y supongo que no será la última. El nivel de desencuentros entre el Partido Republicano y el Partido Demócrata en los EEUU ha llevado al cierre gubernamental, situación que en breve se dejará notar por la falta del desempeño de servicios básicos que afectan directamente a la ciudadanía. Los funcionarios están en sus casas ante la falta de un acuerdo sobre el gasto presupuestario en la Administración federal. A veces, quienes desempeñan la representación política obvian que han sido elegidos para mejorar la vida de sus electores, no al revés. 

Así que si el magnate inmobiliario que ocupa el sillón presidencial en la Casa Blanca por segunda vez invoca una legislación del siglo XIX, la denominada Ley de Insurrección, para poder enviar tropas de la Guardia Nacional, una suerte de ejército de reservistas, armadas hasta los dientes a varias ciudades de EEUU, generalmente gobernadas por el Partido Demócrata -rival de los republicanos de Trump-, quién soy yo para criticarlo. No lo haré porque no entiendo la necesidad hiperbólica del gabinete presidencial de escenificar un castigo a entidades plenamente democráticas que solo han discrepado políticamente con el Despacho Oval y su discurso no excesivamente ligado a la realidad. 

Efectivamente, dar por bueno y asimilar el envío de fusiles, acción justificada con campañas no exentas de falacias en los medios de comunicación afines que, por lo visto, son legión en EEUU, equivaldría a sacar del agua a la trucha o intentar que el gato doméstico respirase sumergido.