Hace unos días el Departamento de Defensa de Estados Unidos pasó a denominarse Departamento de Guerra. Hay que reconocerle, por una vez, la coherencia a Donald Trump, el Señor Naranja. Claro que también podía haber utilizado la motosierra de su clon argentino − “Interior, ¡fuera!, Economía, ¡fuera!”− y aunar todas esas carteras en una. En lo que se refiere a Interior, Estados Unidos es un polvorín, con asesinatos políticos, despliegues de la Guardia Nacional en ciudades desafectas, buena parte de la población inmigrante atemorizada por las deportaciones masivas y, en medio de ese clima incendiario, la mitad de los estadounidenses armados legalmente.
Me pregunto a menudo qué sucedería por estos lares si la Constitución española amparara algo parecido a la Segunda Enmienda, el derecho a poseer y portar armas, y la venta de estas en la cafetería de la esquina: “Una barra de pan y una bomba, por favor”. “¿La bomba la quiere de crema o de las de matar?”. Los tiroteos masivos en Columbine o San Bernardino serían solo una broma comparados con nuestras discusiones de tráfico o cenas navideñas.
Aunque parezca de Perogrullo, el principal motivo de que muera gente a causa de armas de fuego son las propias armas de fuego. Lo cual se puede aplicar también a la economía y política internacionales: el Departamento de Guerra de Estados Unidos podría ser también el Departamento de Economía puesto que este país es el principal exportador de armas del mundo, lo cual requiere que exista una demanda, un mercado que reclame el producto; es decir, guerras, invasiones, amenazas, golpes de estado activos (o activados por el Pentágono), no vaya a ser que se acabe el negocio. Guerras, eso sí, que tengan lugar siempre fuera de sus fronteras, de ahí que no haya por qué mantener un Departamento de Defensa en un país que desde su guerra civil nunca ha padecido un conflicto bélico en su propio territorio.
Tampoco tranquiliza mucho ver desfilar ante engendros como Putin o Kim Jong-un a miles de soldados (¿o son androides?) del ejército chino. “Hoy, la humanidad vuelve a enfrentarse a la disyuntiva entre la paz o la guerra”, declaró el presidente Xi Jinping, mientras mostraba al mundo sus juguetes de matar, con lo cual no quedaba muy claro por qué apostaba él.
Si vis pacem, para bellum. Si quieres la paz, prepárate para la guerra. Lo escribió Vegecio en el siglo IV y desde entonces no hemos aprendido, a pesar de los siglos transcurridos siguiendo esa consigna y de los millones de muertos como consecuencia de las malditas guerras −y de los canallas que las hacen, como dijo Julio Anguita, quien perdió a su hijo en una de ellas−, que estas tienen lugar por culpa de la codicia de unos pocos y por la existencia de ejércitos y armas que las sustentan.