Charlie Kirk era un radical de formas dialogantes. No es un oxímoron; se pueden difundir con la palabra unos principios cáusticos, inhumanos. Exhibía un sibilino racismo casi humorístico; rechazaba la igualdad de las mujeres en el derecho a decidir sobre su cuerpo y sobre su papel en la sociedad; su repugnancia hacia la diversidad sexual era palmaria; alimentó la conspiranoia en tiempos del covid-19 y ha sufrido el sarcasmo de defender como aceptable su propia muerte en aras del derecho a portar armas. Pero su asesinato es un crimen repugnante. Al odio no se le gana a tiros. Solo se le empata.
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