Ojos barrenderos. La expresión la utiliza el escritor Miguel Salabert en su novela El exilio interior para referirse a alguien cabizbajo, con una mirada humillada. Y la utiliza de una manera tan natural que al leerla pensé que se trataba de un término de uso común, más o menos habitual en algunos lugares.
Relacionadas
El exilio interior refleja los años, lúgubres, terribles, de la posguerra española, en los que millones de personas tuvieron que vivir de esa manera, con los ojos barrenderos, enterrados en vida por una losa de silencio durante los cuarenta años de paz franquista −la paz de los cementerios−, habitando ese exilio interior al que Salabert alude en el título. Escrita en la década de los 50 del pasado siglo, la novela fue traducida y publicada por primera vez en francés en 1961. Después vendrían otras ediciones en inglés, húngaro o griego. Y solo en 1988 llegaría a las librerías de España, en su idioma original.
Curiosamente, si bien la novela fue silenciada durante todo ese tiempo, el título de la misma, El exilio interior, se socializó hasta convertirse en un concepto recurrente para referirse a ese último reducto de libertad, ese búnker que son la mente y las ideas y principios de cada persona, que el totalitarismo, la injusticia, las circunstancias adversas, no pueden asaltar. El propio Adolfo Suárez utilizó el término, ante lo cual Miguel Salabert replicó: “Cuando un Adolfo Suárez u otro cualquiera de sus congéneres emplea una expresión de cuño literario, ya puede decirse que esta se ha convertido en un lugar tan común como un urinario público, aunque de mucha menos utilidad”.
Por lo demás, la novela nos regala hallazgos literarios maravillosos, esos ojos barrenderos que el autor deja caer, sin darle importancia, en una frase corriente de la misma; pinceladas de humor (la primera parte es casi una novela picaresca, ubicada en la infancia del personaje durante la guerra y los primeros años de posguerra, los años inhabitables, como los llama él); o un demoledor retrato de la universidad franquista y la desesperada autodestrucción de sus mentes más brillantes, con algunos descensos a los infiernos que anteceden a los que describiera Luis Martín-Santos en Tiempo de silencio.
Reeditada por Hoja de lata, con prólogo de Isabelle Touton y Germán Labrador, y con epílogo de la hija del autor, la escritora Juana Salabert, la lectura de El exilio interior nos hace recordar, por otra parte, que también hoy en día hay millones de personas exiliadas dentro de sí mismas (por ejemplo, aquellas a quienes no se reconoce su talento, usurpado por oportunistas o por otros con menos escrúpulos y más dotados para la sociedad del espectáculo) u obligadas a sobrevivir −sin papeles, acechadas por la violencia machista, la pobreza, el desahucio, el racismo...− con ojos barrenderos.