Conservadores
Las tertulias progresistas celebraban el jueves con alborozo el éxito del superviviente en el último match ball. En la trinchera de la caspa lanzaban vivas al discurso de Feijoó. Un acabado ejemplo de zafiedad que según los manuales del trumpismo procura el poder. Y en eso está el gallego, convencido de que puede llegar a la Moncloa sin necesidad de calentarse la cabeza con complicados reconocimientos de la diversidad. En ambos corrillos planeaba la certeza de que, una vez más, esa especie de mannschaft de la política que es el PNV era la clave. Y en ambos lados del río no podían sustraerse a repetir los topicazos de rigor para interpretar a los jeltzales.
Euskadi consigue la mejor puntuación estatal en el índice de desarrollo humano de las Naciones Unidas. Es un territorio bien gobernado, el menos desigual, algo imposible sin unas potentes políticas sociales. La industria sigue aportando a nuestro PIB un 25%, está internacionalizada y es innovadora. Una red de ciencia y tecnología y un engrasado mecanismo de colaboración público-privada, sin parangón en el estado y ejemplar para Europa explican la diferencia. En materia de gobernanza los indicadores de transparencia internacional están en verde. En definitiva, hay desarrollo económico con desarrollo social. Eso es auténtico progreso.
Estos datos deberían remover el aburrido tejemaneje en que navegan desde la reinona del micro amarillo al insultador sin complejines que especiaba el cocidito madrileño. Pero es más fácil encasillar que informarse, recitar que pensar. Así la foto del PNV les sale siempre movida. Y así militan esas gentes, al alimón, en el bando de los enemigos de las ideas propias, en el de los más conspicuos conservadores.