Recuerdo mi frustración infantil cuando veía dibujos animados del pato Donald. Era incapaz de entender lo que decía y estaba seguro de que era el único. Con el tiempo, acabe interpretando sus graznidos, descubrí que intercalaba en ellos palabras o sintagmas cortos y que, al principio, ni siquiera se molestaban en traducirlo del inglés. He aplicado la misma fórmula con el Donald de la Casa Blanca. Y ya le capto. Cuando su grandilocuencia fracasa en Ucrania, anuncia un resort en Gaza; si su plan de paz pincha en el hueso de Netanyahu, envía armas a Kiev. Ininteligible hasta el graznido final.