Blasfemia
El catecismo era, en mi infancia, una asignatura: ¿Dios lo ve todo? Preguntaban. “Sí –contestábamos– Dios lo ve todo, lo pasado, lo presente, lo futuro y hasta nuestros más ocultos pensamientos”. La vida colocaba luego aquel conjunto de dogmas en su sitio.
El pánico de última hora que ha llevado a algunos partidos y a todos los sindicatos a no salir en la foto de la firma del pacto por la salud es esa vida que resquebraja los dogmas del catecismo que predican. Ese libreto los consagra como denodados defensores de lo público, abiertos, próximos, frente al malvado gobierno que por mucho que acredite lo contrario siempre estará dispuesto a romperlo todo.
La caricatura venía difícil, dado el innovador modelo de reflexión y búsqueda de la implicación de la ciudadanía en el diseño y gobernanza de los asuntos públicos desplegado por el Gobierno vasco para realizar esta reflexión. A leguas de distancia en términos de transparencia, participación y apertura de las maneras que se gastan los que viven de repicar y tratar de ocupar el puesto del santo en el paso de la procesión. Pero elegir su presunta resistencia a la privatización de la sanidad para insistir en la suerte ha sido el error decisivo. Comparando los porcentajes de concertación de Osakidetza con los que describen la realidad estatal y europea solo cabe concluir que tanto grito es puro postureo.
Va desvelándose el “oculto pensamiento”, la legítima, pero cruda realidad de que estas organizaciones, antes que lo de todos, defienden en primer lugar sus intereses y después los de los individuos que integran las corporaciones que les dan de comer. Una escala que relega a los usuarios al cuarto escalón. Estamos a minutos de que deje de escandalizar tan horrísona blasfemia.