La secuencia cíclica del calendario (pura matemática discreta) hace que me toque columna el día de Reyes. No soy de reyes ni de magos (hablo de los que engañan y roban, en los dos casos) pero algo quedará en mí de ese relato tierno de sabios que vieron en el cielo señales notables, quizá porque mi trabajo me ha llevado a contar cosas celestiales. Así que me dejo llevar un poco aprovechando estos días en que la Tierra va un poco más rápida en su revolución solar: no lo notamos pero el planeta viaja por el espacio ahora a más de cien mil kilómetros por hora, justo dos días después de pasar por el punto más próximo al Sol de todo el año. También la Luna se paseó el sábado ocultándonos a Saturno, que en la interpretación antigua querría significar algo ominoso. Cosas de astrólogos. 

Me inclino por redactar una carta proponiendo que los reyes nos ayuden, ya que decidimos colectivamente celebrar en estas semanas tanta esperanza y tanta bondad, a esforzarnos para que tan buenos deseos se plasmen mejor en la realidad. El año pasado ha sido posiblemente el más cálido de la historia y eso no es bueno porque lo seguimos calentando nosotros sin ninguna intención real de frenar, a pesar de las consecuencias catastróficas que ya estamos sufriendo. Este año se cierra constatando que no sabemos atajar las guerras, el genocidio o la desigualdad e incluso dejamos que el odio marque las políticas. Que concedemos además espacio público a quienes mienten y acusan a otros de estos problemas causados por la desidia y la rapiña de un capitalismo que dejó la ideología para mostrarse como el depredador insaciable de una época que se acaba. Pero no quiero oscurecer un día luminoso de roscones, reuniones y felicidad con lo que tenemos ahí fuera esperándonos. Deseemos poder evitarlo, nos conviene. Feliz año.