Una reflexión para comenzar el invierno de este hemisferio: ¿por qué nos importa tan poco que estemos acabando con la diversidad de la vida en nuestro planeta? Hace unos días se reunió una vez más un organismo internacional poco conocido, la Plataforma Intergubernamental Científico-Normativa sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas (IPBES). No pongamos como excusa que el nombre, aunque preciso en lo que refiere a su cometido, es largo y poco amable. Tampoco lo era IPCC pero ya lo hemos aprendido, aunque la IPBES nació mucho después y con muchísimas más reticencias por parte de los países de la ONU que lo formaron. Y aquí está uno de los factores críticos: no hay una concienciación de que tenemos un problema en la gestión del planeta en su conjunto, que afecta a todos los órdenes sociales y económicos. Cuando nos hablan de la pérdida de biodiversidad tendemos a pensar que es algo que pasa más allá, lentamente, que siempre ha sucedido, pero no en algo crítico. Sin embargo, el centenar de científicos reunidos en Johannesburgo ha vuelto a explicar que cada 10 años se pierde cerca de un 5% de biodiversidad. Ya hemos dilapidado ecosistemas en la tierra y en el mar, acabamos constantemente con especies (algunas de las cuales ni siquiera se habían identificado aún por la ciencia) seguimos aumentando la contaminación de todo tipo y además, con el cambio climático provocamos más problemas que se propagan en esa pequeña capa habitada que envuelve a la Tierra. Nuestro crimen tiene efectos en la salud y también económicos, una pérdida que equivale a la mitad del PIB mundial. Para afrontarla hace falta urgentemente tomar conciencia del problema, pero sobre todo atacarlo en su raíz: ¿Cómo dejar de ser una especie tan depredadora pero sobre todo tan inconsciente?