En mi paseo matutino recalé a repostar café, resultando que un joven en la mesa de al lado hablaba por el móvil a toda pastilla. Tras gritar que alguien llevaba tiempo malo y que padecía del estómago, comentó que, a pesar de tomar muchas hierbas, cuando cobrara la paga doble le haría análisis. Descompuesto me quedé, desconecté y empecé a pensar lo mala que debe estar la sanidad para que alguien acuda a la extra para pagar una analítica, y cuando pensaba en acercarme al tipo a sugerirle un crowdfunding para financiar la tarea, reconecté el oído para escuchar que Blaki está enfermito pero corretea algo. ¡Pordiós, era su perro!

Vuelto al paseo con media sonrisa, pensé que al haber desenchufado tras oír aquella idea de esperar a la nómina, no escuché las palabras que me hubieran ilustrado la realidad del asunto y así evitado el remolino de ideas que me tuvo angustiado. También pensé que esto me/nos pasa mucho, y que siempre es peor si no ocurre de inmediato, pues con lo de Blaki pude identificar la realidad en un breve lapso, pero en caso de transcurrir un tiempo, desvinculamos las ideas creyendo que son pensamientos separados, además de no recordar lo que se dijo ni cómo se dijo. Y eso llevó a mis neuronas al mismísimo D. Arnaldo, al que en su día no prestamos mucha atención, salvo los aplausos de sus filas, cuando le oímos que al rechazar la constitución no harían fiesta el 6 de diciembre. Si le hubiéramos escuchado el “por ahora” dicho después por lo bajini, sabríamos que su actual silencio responde a que aquel discurso llevaba soterrado el cínico mensaje de que, si eso, harían fiesta sin que a nadie le llamara la atención. Y quienes le aplaudieron se han pillado ahora un puentazo para irse en furgonas diésel vestidos de forro polar de los guapos.

Se trata de escuchar con atención, que si solo oímos y no escuchamos, aunque en poco tiempo nos enteramos de que Blaki era un perro, a largo plazo nos cuesta darnos cuenta de la hipocresía de D. Arnaldo.