Durante esta última semana, uno de los temas que han alimentado las polémicas más agrias y divertidas a la vez y que, como suele decirse, ha hecho correr ríos de tinta, ha ocupado millones de terabites en toda la variada oferta digital y ha llenado cientos de horas de radio y televisión ha sido el conflicto generado entre dos famosos programas televisivos de humor, los liderados por David Broncano (La revuelta-TVE1) y Pablo Motos (El hormiguero-Antena 3). No debe llevar a error de interpretación el hecho de que la denuncia realizada públicamente por Broncano contra los modus operandi de Motos se haya realizado en un espacio de humor, con mucho ingenio y cáustica ironía hasta el punto de regalarnos uno de los momentos más hilarantes de los últimos tiempos, con imágenes de berrea. No se trata solo de un asunto de competencia entre grandes machos dispuestos a usar su cornamenta contra el rival –que también–, ni de egos superlativos –que también–, ni de disputa ideológica –que también– ni un remake, muy venido a menos, de la legendaria guerra de las ondas entre José María García y José Ramón de la Morena –que también–. Es fundamentalmente un asunto de poder. De exhibición de poder casi absoluto. La denuncia de Broncano muestra prácticas que vulneran la libertad y la competencia leal, modos de funcionamiento que no son éticos. Los periodistas y responsables de medios modestos vascos conocemos bien estos métodos porque los hemos sufrido por parte de otros medios grandes, muy grandes, poderosos. Sí, incluso que alguien a quien se va a entrevistar llame unas horas antes para decir que no puede, que no le dejan. Medios que se autotitulan líderes y referenciales y que, bajo la apariencia de pureza y de ser los guías sociales utilizan estos métodos de presión y amenaza sobre quienes osan no tragan con sus exclusividades o no pasan primero por su casa o por su caja. He aquí la berrea.