HACE cuatro años, el vertedero de Zaldibar se llevó por delante muchas cosas. La primera y la más injusta, la vida de Alberto Soraluze y Joaquín Beltrán. Con ellos, se quedaron enterradas ilusiones y proyectos de sus respectivas familias que tardaron en poder decirles adiós. Y a través de ambas familias, Euskadi sucumbió también a los efectos de, primero, una prueba titánica para encontrarlos sin éxito en el caso de Beltrán; y, segundo, asumir la tragedia, poner remedio y continuar hacia adelante. Que la rapidez con la que vivimos no haga que caigan en el olvido. Goian bego eta ohore.