Asirón ya es alcalde de Pamplona, otra vez. Sí, otra vez, porque, aunque parece que se nos había olvidado, ya lo fue entre 2015 y 2019. Ahora, un pacto entre el PSOE y EH Bildu le ha dado la oportunidad de recuperar la makila y convertirse en la primera referencia institucional de la izquierda abertzale, que, dicho sea de paso, está bastante más necesitada de figuras gubernamentales que de agitadores callejeros, que de estos últimos tiene, con nómina y sin ella, para dar y regalar. Y he dicho bien, si Asiron ha recuperado la Alcaldía es gracias a un pacto entre Bildu y el PSOE, no el PSN. Y es que no hace falta ser el lápiz más afilado del estuche para darse cuenta de que lo que se materializó –que no decidió– ayer tiene más que ver con cobrarse el apoyo a la investidura de Sánchez que con poner en marcha un ayuntamiento paralizado. Visto con perspectiva, uno entiende ahora por qué Elma Saiz, la candidata que se pasó la campaña diciendo que no haría alcalde a Asirón, resultara premiada con un ministerio en el Gobierno del Estado y se haya ahorrado así tener que votar al candidato de Bildu este 28 de diciembre, día de los inocentes. El tema es que la derecha navarrísima y españolísima ha reaccionado de una forma bastante sobreactuada, tanto que muestra su sorpresa porque Sánchez y los suyos hayan hecho precisamente aquello que negaron que harían. Como si ellos le hubieran creído y como si Sánchez no fuera Sánchez.

Aunque lo que más me llama la atención es lo poco que se ha hablado de que Bildu, el partido social y popular vasco, el de la gente, el de los de abajo frente a los de arriba, no haya pactado mejorar la vida de las familias vascas y se haya “conformado” con un simple reparto de cromos. Moncloa por Iruñea. Sánchez por Asirón. Poder por poder y moqueta por moqueta. Sin cesión de competencias ni inversión en infraestructuras. Se han marcado un claro: ¿qué hay de lo mío? Y es que no es lo mismo ser la voz vasca en Madrid, que la voz de Otegi en Madrid.