Es enfermera y ejerciendo como tal desde el lejano año 1980, hace más de cuarenta años. Lo suyo es vocacional. Seguramente lo tendrá en el ADN por su abuela partera. Le encanta su profesión. Además, la ha podido ejercer en servicios especializados: Cardiología, Coronarias y sobre todo en Hemodinámica, en un Hospital tan referencial y puntero como el de Cruces, en Barakaldo, y junto a grandes profesionales.

Tampoco hizo ascos en sus inicios antes de coger plaza en el hospital, sino todo lo contrario porque le venía bien la experiencia y el dinerillo, a realizar guardias allí donde le ofrecían. Las efectuó en el ambulatorio de Otxarkoaga, en momentos complicados, y consiguió que el “patriarca” del barrio –la única autoridad real al mando– le pusiera “escolta” para ejercer su actividad; le llamaban “la practicanta”.

Trabajó también en el ambulatorio de Ondarroa, y consiguió entenderse con los lugareños, que la adoraban, en su especial euskera autóctono, sin más conocimiento que la fuerza de voluntad adornada de infinita simpatía.

Junto a sus compañeros de equipo, en los servicios especializados del Hospital de Cruces, ha salvado en todos estos años –algunas no fue posible– muchas vidas. Lo ve, como ellos, como algo natural. Dicen, humildemente, que para eso están. Aunque se tengan que poner, para evitar las radiaciones, unos delantales de plomo pesadísimos y hayan tenido que trabajar muchas veces en condiciones infrahumanas, agregando a las innumerables guardias la jornada regular. Estas dos cuestiones, el plomo y las jornadas laborales, aunque se van corrigiendo poco a poco y por reclamaciones, son aún –como dirían los consultores– aspectos a mejorar.

Pasaron además la durísima experiencia de la pandemia. Quizás alguien diga: como todo el mundo. Y así es. Pero en los hospitales y para sus profesionales fue un tanto especial. ¿O se nos ha olvidado que salíamos a los balcones a aplaudir a los sanitarios? Lo pasaron muy mal, porque además durante mucho tiempo no tuvieron las condiciones de trabajo adecuadas para evitar ser contagiados. Se jugaban materialmente la vida y algunos y algunas la perdieron. Pero en fin, afortunadamente, ya pasó y que no vuelva.

Ahora la enfermera “lo deja”, como diría el poeta Manuel Alcántara. Se jubila. Seguramente hubiera podido ser también arquitecta porque programas de cambios y mejoras de casas es lo que más le gusta ver por televisión. Pero no querrá nunca dejar de ser y sentirse enfermera, de querer ayudar a los demás. Le va en el alma.

La aptitud y la actitud que ha tenido para ejercer su profesión, que es su vocación, no desaparecen de repente.

Qué suerte tienen sus hijos y sus nietos, que unos y otros son también los míos, porque igualmente tengo la fortuna de que la enfermera, asimismo desde hace más de cuarenta años, sea mi compañera, mi mujer.

Tengo que recordar que ella es mi correctora en lo que escribo. Antes de publicar paso por su fielato. Su censura a veces es brutal. Es capaz de decirme que no se entiende ni papa y arrojarme el escrito a la cara. Pero se lo agradezco y se lo pido. Porque pasando esa santa inquisición sé que puedo dormir tranquilo. Pero esta vez será una sorpresa. No sabe, lógicamente, que he escrito esto, mucho menos que la voy a nombrar y ya les contaré la que se va a montar.

Que sigas, Victoria, y por muchos años, disfrutando jubilosamente de la vida y de las buenas compañías. Y que estas Fiestas Navideñas y Año Nuevo especiales sean los más felices que hayas tenido nunca.