El atrevimiento de Josu Loroño, por Idoia Mendia
RESCATAR lo olvidado en el cajón de la añoranza, devolverlo al mundo como melodía armónica compartida, y volver a casa, volver siempre, para que la cadena no se rompa. Es lo que inició Josu Loroño hace 60 años, cuando decidió que su pasión, aquel instrumento que acompañaba romerías, aquel acordeón que sonaba a una mano, dos en ocasiones, se convirtiera en un conjunto sinfónico que diera sentido a cualquier estilo musical. Hizo que Mozart, que Beethoven, que Strauss, que los grandes que nunca pensaron en el acordeón, sonaran de otra manera, se escucharan como nunca se habían escuchado. Y que quienes no estaban acostumbrados a escuchar a Mozart, Beethoven y Strauss entendieran su música, porque se la contaban los acordeones. Se cumplen ahora seis décadas de ese momento y a este feliz cumpleaños se suma la Medalla al Mérito de Bellas Artes concedida por el Gobierno de España.
Y es que ese lenguaje, el de la música en general, y el que transmite el acordeón, es un idioma en el que todos nos reconocemos. Sin barreras. Sin fronteras. Eso lo sabemos especialmente bien quienes, como le ocurría a Loroño, descendemos de gente curtida en largas travesías en la mar. Sabemos de la curiosidad por el mundo a descubrir y de las añoranzas de la tierra y las familias que echas de menos. Sabemos de ganas de entenderse con quienes no conoces y del anhelo por estar cerca de los tuyos y de tu tierra. Sabemos de esos regalos llegados desde otro lugar que desconoces y de los que ya no te puedes separar. Es lo que le ocurrió a Josu cuando se enamoró de aquel acordeón que le trajo su padre de una de sus travesías y con el que decidió construir una vida, una escuela, una orquesta. Con el que decidió reinventar un instrumento tan aparentemente familiar en algo nuevo, distinto. Tan ligado a su tierra como abierto al mundo. Para escuchar en Rekalde o en Polonia. Sin barreras, sin fronteras.
Por eso, en cada ocasión que la agenda me lo ha permitido, haya ocupado la responsabilidad pública que me haya correspondido en cada momento, me he refugiado en las propuestas que me iba haciendo la Orquesta Sinfónica de Acordeones de Bilbao. Ya fuera en el Arriaga, en la Sala BBK o en Otxarkoaga, gracias a esa iniciativa de llevar esta expresión cultural no solo a las salas de conciertos, sino a los barrios. Hace años que busco ese rato que nos propone la gran herencia que dejó Loroño, que con tanto cariño miman sus hijos y que con tanta delicadeza dirige Amagoia.
Porque si este experimento se adelantó a los tiempos por hacer de un instrumento de aprendizaje popular a un instrumento de estudio y formación, también lo fue al tener al frente a una mujer. No, todavía no son frecuentes las mujeres dirigiendo orquestas, como faltan todavía tantas mujeres dirigiendo tantas cosas que pongan en sintonía todos los elementos que permitan un sonido armónico en nuestra sociedad. Como con el acordeón, todavía es necesario que aprendamos todos la necesidad de manejarnos con destreza, con equilibrio, con determinación. Como hace Amagoia, es necesario alinear todos los instrumentos, con sus distintas características, con sus diferentes tonos, para llegar a todas las personas con sus diferentes ideas, con sus diferentes sentimientos.
Quizás sea por eso. Quizás por el rumor de alta mar, por las añoranzas, por los recuerdos de romerías, por la innovación, por la visión de futuro, por dar un mismo sentido a músicas diferentes, por la apertura al mundo y la ligazón a la tierra, por el compromiso con la cultura y con la formación, por la decisión de atreverse y arriesgar, por la dirección de una mujer... Quizás sea por tantas cosas que en cada ocasión que me proponen me dejo llevar por la batuta de Amagoia y la Orquesta con la que se atrevió su padre.
Vicelehendakari y consejera de Trabajo y Empleo del Gobierno vasco