ESTE verano no ha sido tan relajado para mí como habría deseado. Siendo sincera, jamás habría imaginado un verano de tanta intensidad y preocupación a partes iguales.

Como dice la canción, la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida... y sin ninguna duda, de todas ellas tienes que aprender. Así que, como reflexión, quiero compartir mi aprendizaje de este verano.

Llevo dos años escribiendo en este medio, algo de lo que estoy eternamente agradecida al grupo, a la dirección y a todas aquellas personas que hacen que lo pueda seguir haciendo.

En ocasiones, puede que haya sido especialmente punzante y en otras he podido ser algo ácida, ya que, era algo que me venía a la cabeza y mis dedos transmitían al teclado del ordenador.

Nunca antes, hasta este verano me había cuestionado la diferencia que debe existir entre noticia y opinión, y el daño que se puede hacer cuando ambas se confunden.

Tener el privilegio de poder escribir en un medio no debe ser barra libre para “vomitar” todo lo que se quiera, sin verificar la realidad de lo que se escribe y, mucho menos, sin dimensionar las consecuencias de no diferenciar entre lo que es opinión y lo que es algo constatable.

Nos hemos visto este agosto inmersos en un tsunami informativo en el que se ha mezclado política, deporte, con delito, con género, con basura. Algo que ojalá nunca hubiese ocurrido, y que me ha hecho reflexionar porque es un tema que me ha tocado muy de cerca.

He sufrido, me he disgustado, y me he visto cuestionada sin consultarme. Me pregunto: ¿Realmente es necesario actuar así? ¿Quizás yo alguna vez he hecho lo mismo con otra persona en mis artículos, y no he tenido la piel lo suficientemente sensible como para darme cuenta del daño gratuito que podría generar?

No soy consciente de ello y, si lo he hecho pido disculpas, por lo que, solo quiero compartir mí reflexión: no todo vale, y, en algunas ocasiones, deberíamos meditar un poco más antes de escribir.