"ETA está viva y está en el poder". Las palabras de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, nos deben obligar a realizar una reflexión interna. Más allá del peligroso cálculo electoral que subyace en tal afirmación para la captación de voto, la presencia en la campaña de la organización terrorista extinta hace cinco años e inoperativa hace doce ha sido una realidad. No es baladí la polémica generada por la presencia de exmiembros de ETA en las listas electorales de EH Bildu. Muchas de las personas que en su día integraron ETA forman hoy parte del conglomerado de ADNs que dan vida política y socialmente a la izquierda abertzale. Su presencia natural desde la óptica de EH Bildu choca con cómo percibe el resto de la sociedad vasca esta integración por cuanto que todavía hay un sector de nuestra población que no puede ni quiere pasar página de manera tan rápida. Son las víctimas del terrorismo que reclaman para sí el respeto a su dolor. A ellas se dirigía Arnaldo Otegi el jueves en una entrevista en la Cadena Ser, desde donde pedía sus “disculpas más sinceras” si “alguien” se había sentido ofendido por la inclusión de condenados de ETA en las listas electorales de EH Bildu, negando incluso que fuera una “decisión política consciente”. Negar la mayor es un atajo inadecuado que no resuelve la disyuntiva ante la que nos encontramos: cómo conseguir que aquellas personas que infligieron tanto dolor hoy se reintegren en nuestra sociedad sin que ello aumente el sufrimiento de sus víctimas. Y cuál es el ejercicio que debe hacer de manera interna y externa la izquierda abertzale en ese sentido. Tenemos barro para exportar, pero no es el mismo fango al que aludía Arnaldo Otegi en un mitin para enarbolar un discurso victimista por ver en su contra una campaña de desprestigio. Es el barro generado por años de dolor y sufrimiento que se han solidificado de tal manera que parece imposible de diluir. Ahí es donde hay que trabajar.
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