MIJAÍL Gorbachov, el último dirigente de la Unión Sovética, fue despedido ayer sin honores por Putin y sus subalternos del Kremlin, pero con el calor de miles de personas en una vigilia que, con perdón, a algunos nos recordaba a la que se ofició a la muerte de Franco. El actual régimen ruso no perdonará nunca a Gorbi que provocara la desaparición de la URSS y su caótica disgregación y que fuera amigo de Occidente. A Gorbachov, simplemente, se le fue de las manos la perestroika. Putin, sin embargo, tiene las manos de hierro. Oxidadas pero cerradas en un puño. l