En un artículo anterior me referí a un 14 de julio, pero de 1789, fecha clave para encuadrar la Ilustración. Por azar o casualidad y sobre esta fecha, en este año, en el Parlamento español se ha desarrollado un interesante debate respecto al Estado de la Nación, en el cual se ha profundizado sobre el entorno y las circunstancias del mismo, y que están incidiendo, en cuanto al día a día, sobre los precios al consumo, las pensiones, la imprescindible evolución hacia la energía verde y un número importante de variables sobre el ciudadano medio.

También hubo quienes, sin venir a cuento, hablaron con la mirada puesta en hechos con una década de inexistencia. Allá ellos y quienes les hacen caso. El pasado para aprender de él es correcto y pertinente, para revolcarse en él, roza la paranoia.

Me encontré con intervenciones que supusieron buenas y sólidas explicaciones, así como algunas réplicas interesantes por parte de determinados portavoces, corroborando todo ello en nuestra vida actual que se desarrolla en un mundo global y complejo.

El peso del entorno

Además, algunos entornos político-administrativos agudizan más esa complejidad dado que una parte creciente de la población vivimos en un estado administrativo único, pero esa unicidad administrativa no niega ni anula la plurinacionalidad de la misma, tal y como en el caso de España recoge la propia Constitución en referencia a las naciones y nacionalidades. En España convivimos naciones y nacionalidades históricas a las cuales hay ya que añadir una quinta, esta última constituida por la población inmigrante, y necesaria para nuestro futuro económico, dada la estructura demográfica y el claro envejecimiento de la pirámide de población.

Ante los que niegan la importancia de esta quinta etnia, que les pregunten a los blancos supremacistas norteamericanos si les preocupa o no la creciente masa poblacional de los colectivos afroamericano e hispanos. Que repasen el contexto de la Segunda Guerra Mundial, contexto antijudío y anti otras muchas etnias, y en la actualidad que le inquieran a Trump, a Orban o al mando superior de los tres uniformados estadounidenses que valoraron la vida de un joven afroamericano en noventa unidades de plomo.

Todo ello nos dirige a una primera constatación, en el sentido de que todo ello añade más complicación, si cabe, al transcurso de la vida social, pero esa complejidad suplementaria, por mucho que se niegue, no elimina ni disminuye la realidad plurinacional. Creo, sinceramente, que produce un efecto contrario. Negar u ocultar una realidad no resuelve ninguno de los problemas y dificultades innatas a la vida y sociedad, humanas, y tratar de aniquilarlos, raya el asesinato.

Algo convendría aprender, en relación a la complejidad de nuestro entorno próximo, de Italia como paradigma de lo que es mantener un equilibrio inestable, a largo plazo, y no perecer en el intento. Ese país, además, ha dado al mundo ilustres pensadores y expertos jurídicos que, en momentos concretos, han sabido proponer esquemas conceptuales que han ido facilitando, lentamente, eso sí, avances en la sociedad.

Un ejemplo reciente de ello es el de Luigi Ferrajoli, nacido en Florencia en 1940 y profesor emérito de Filosofía del Derecho, y el ejemplo se sustancia en su último libro, La Constitución de la Tierra, en el cual, de manera objetiva, fiable y creíble, nos marca un camino real y posible hacia la Utopía.

No es razonable olvidar que la Utopía es como aquel faro que nunca alcanzamos –como Aquiles y la tortuga–, pero nos ilumina siempre el camino del avance en momentos y lugares oscuros y complejos.

Afortunadamente, la constante labor de conceptualización y divulgación de los intelectuales y científicos, y también, sin ninguna duda, muchas otras personas, en esa constante puesta a disposición del sentido común, de la lógica natural, ética e inteligente, siempre nos acompaña. Compañía que nos indica, socialmente, hacia dónde y cómo ir para superar la mediocridad en que nos han asumido determinadas élites, y a veces nosotros mismos, con la excusa de la complejidad de nuestra sociedad. Cierto que es laberíntica, pero de una forma diferente a como nos la presentan determinados creadores de opinión de forma interesada.

Hay una presencia excesiva de la idea de “las cosas son así”, y no digamos de los pseudointelectuales que ante cualquier razonamiento que se les sugiera respecto a algún asunto o tema que pueda afectarles, lo entiendan o no, responden que “no es lo mismo”, o “no hablamos de eso”, cuando es de “eso” precisamente de lo que hablamos.

Deberíamos ser capaces de organizarnos partiendo realmente de la persona, y gozando todos de idénticas y mínimas opciones de partida para poder ir avanzando como individuos libres, generando un proceso incremental en red, en el que se cumplan dos premisas básicas. Por un lado, el ejercicio y respeto real de los mismos derechos para todos, minimizando, cuando no eliminando, el dominio por parte de las autoproclamadas élites y, por otro, la optimización ética del uso de la tecnología –con la acción coercitiva del Metaestado–, en la posibilidad de diseñar y vivir en una sociedad mejor, en sentido amplio, imperfecta, pero mejor.

Me resisto a concluir este comentario sin transcribir la declaración de principios de La Constitución de la Tierra, presentada por el referido Luigi Ferrajoli:

“Nosotros los pueblos de la Tierra, que en el curso de las últimas generaciones hemos acumulado armas mortíferas capaces de destruir varias veces la humanidad, hemos devastado el medio ambiente natural y puesto en peligro, con nuestras actividades […] la habitabilidad del planeta; conscientes de [que] la catástrofe ecológica […] puede encaminarse a la extinción; decididos a salvar a la Tierra y a las generaciones futuras de los flagelos del desarrollo insostenible, de las guerras, de los despotismos […] que han provocado ya […] lesiones [...] de la dignidad de las personas […]; decididos a vivir juntos, sin exclusión de ninguno […] a garantizar un futuro a la humanidad y a las demás especies vivientes […], promovemos un proceso constituyente de la Federación de la Tierra, abierto a la adhesión de todos los pueblos y todos los estados existentes y a fin de estipular este pacto de convivencia pacífica y de solidaridad: Constitución de la Tierra”.

Y termino con unos versos del poeta José Antonio Labordeta, que aunque no comparta su ideología, siento erizarse la piel leyendo o escuchando alguno de sus versos: “Habrá un día en que todos / al levantar la vista/ veremos una Tierra / que ponga Libertad”.

Hoy más que nunca, y a pesar de determinadas actuaciones parlamentarias –sede de la voluntad del pueblo, ahí es nada–, confiemos en nosotros mismos, en nuestro futuro, y en nuestro trayecto hacia la Igualdad, Legalidad y Fraternidad. O sea, la Utopía. l

* Economista