NI clásico, ni Windsor, ni doble, ni Eldredge... ¡Abajo el lazo opresor! ¡Fuera la tiranía de las corbatas! Aunque ya Aristóteles dijo que no se puede deshacer un nudo sin saber el modo en que está hecho, once años después de que José Bono se la armara a Miguel Sebastián en el Congreso por no vestirla, Pedro Sánchez trata de aliviar las apreturas en su cuello presidencial con algo que es historia de España: el postureo, “actitud artificiosa e impostada que se adopta por conveniencia o presunción” según el diccionario de la lengua de Cervantes. Como si Vladímir Putin hubiese cerrado el paso de la saliva por su garganta (o del aire por su tráquea) a la vez que el Nord Stream por el que no deja fluir el gas, lo que no debe descartarse dadas las previsiones socioeconómicas, el mandamás socialista pretende que despojarse de la corbata alivia el alza del consumo por aire acondicionado que cada verano asfixiante alimenta (aún más) la cuenta de resultados de las eléctricas. Encantado de haberse conocido –a ver quién es el carca que cuestiona algo tan progre como el estriptis de cuello– se desató ayer para quitársela por él y por todos sus compañeros. Pero el hábito no hace al monje, como sabía ya hace más de cinco siglos el ingenioso hidalgo don Alonso Quijano, quien, por cierto, se dirigía así a su escudero: “No andes, Sáncho(ez), desceñido y flojo, que el vestido descompuesto da indicios de ánimo desmalazado”. l
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