SHINZO Abe, ex primer ministro japonés, el que más tiempo se mantuvo en el cargo, el político más influyente de su país, ha sido asesinado en Nara, la primera capital del imperio nipón; luego lo fueron Kioto y finalmente Tokio, cuyo nombre significa “capital del este”, por encontrarse precisamente al oriente de las anteriores. Su prestancia física, esbeltez e impecable vestir le hacía distintivo en las cumbres de los líderes internacionales pues en la general ignorancia que los occidentales tenemos del Japón uno esperaba ver un nipón achaparrado y paticorto. Tuve ocasión de verle en persona, a unos tres metros de donde desayunaba en una mesa exterior del TomigayaTerrace junto al parque Yoyogi en el distrito de Shibuya en Tokio, barrio elegante donde residía. Con motivo de la estancia de nuestro hijo en una universidad de Japón, donde trabajaba en una investigación sobre resistencia de metales que por incomprensible para mí no les puedo detallar, la familia al completo decidimos visitarle para recibir el año en unión. Era un luminoso domingo de diciembre de 2018 y Shinzo Abe allí estaba aparentemente solo y con aspecto de ir luego a jugar al golf, pues sus pantalones a cuadros y su camisa y jersey con escote le daban ese aspecto. Más tarde nos enteramos de que era muy frecuente ver al primer ministro en esa cafetería con una discreta escolta, tan discreta que nosotros no supimos distinguir, salvo que se tratase de aquellos dos jóvenes de aspecto deportivo que no se movieron de donde se encontraban un tanto alejados del gobernante, y nadie más.

Visión fugaz de Shinzo Abe

Japón ocupa el número nueve del Índice Global de la Paz de la ONU que lidera Islandia. Se cometen un 0,28% de homicidios por cada 100.000 habitantes, compárese con Brasil con 30,8%. La información que manejo me indica que en 2017 se cometieron 22 crímenes con armas de fuego, dejando tres muertos y cinco heridos. Estamos hablando de un país de 126 millones de ciudadanos donde se han cometido 44 asesinatos en los últimos 8 años. Estamos hablando de una democracia. Es un hecho constatado que las dictaduras refrenan la delincuencia a costa de la asfixia de las libertades de los ciudadanos, me refiero a la delincuencia común pues la llamada de cuello blanco o de delitos económicos se expande como una metástasis por y gracias a la política de los regímenes dictatoriales.

comparaciones

Si hablamos de países democráticos, por comparar lo comparable, resulta que en los EE.UU., la democracia más cosmopolita del mundo, se cometen los mismos 44 asesinatos, pero diarios, para una población de 332 millones de habitantes. Las cifras son escalofriantes y Japón resulta ser un remanso de seguridad ciudadana.

¿Cuál es la razón del éxito japonés? En primer lugar, la educación: los niños japoneses aprenden desde bien temprano que es un crimen quedarse con lo que no es suyo. Reciben educación vial y de seguridad ciudadana y asiduamente se invita a los estudiantes a participar en actividades con la policía. Como medida preventiva, durante los seis primeros años de educación primaria los alumnos llevan colgada en su mochila una alarma que activan en situación de peligro. En segundo lugar, la propia policía. Gran parte del éxito japonés en el mantenimiento de la protección de los ciudadanos se debe a una policía comunitaria organizada en pequeños puestos llamados Koban, a veces del tamaño de un container cuando no es un container acondicionado donde trabajan dos o tres agentes. En cada barrio, en las grandes ciudades en cada manzana, hay uno y donde no lo hay está dispuesto un teléfono público con acceso directo al puesto de policía más cercano. Tuve una experiencia con los Koban. Al segundo día de nuestra estancia, mientras paseábamos por el barrio comercial de Ginza, eché en falta mi pasaporte. Creyendo que me lo habían robado acudí a un Koban en la misma calle. Los policías me dijeron que en Japón no se pierden las cosas, que se encuentran y abrieron un atestado con mis datos y circunstancias de los hechos para distribuirlos informáticamente al momento por si alguien había encontrado el documento. No fue necesario más porque veinte minutos después y gracias a mi cuñado Manuel descubrí que lo tenía en un bolsillo interior de mi chaquetón que juro nunca antes había utilizado. Volví al Koban a retirar la denuncia y una sonriente policía me dijo en inglés: “Se lo dijimos, en Japón, se encuentran las cosas”. Los policías tienen descartado el uso de armas –compárese de nuevo con los EE.UU.– y suelen recurrir a las artes marciales, llegando a utilizar mantas y redes para detener a los sospechosos. Según los expertos, el secreto del éxito policial japonés se basa en el respeto mutuo existente entre la policía y la comunidad.

Existe criminalidad común, por conocida la mafia llamada Yakuza que tiene encuadrados unos 35.000 miembros en una veintena de asociaciones, muy lejos de los 185.000 de los años sesenta del siglo pasado. La ley Anti-Yakuza, en vigor desde 1991, declara ilegal hacer negocios con la banda, considera cómplices a quienes no denuncian intentos de extorsión o responsabiliza a los jefes de las pandillas por los crímenes cometidos por sus subalternos. Ha resultado eficaz. En cuanto a las medidas de seguridad frente a los disturbios o grandes concentraciones, son apabullantes. El despliegue policial es enorme, la policía literalmente engulle a quienes se manifiestan agresivamente o encuadra con cuerdas elásticas separando cada centena de peregrinos. Esa fue mi experiencia como asistente a las celebraciones de Año Nuevo en el santuario sintoísta de Meiji (centro de Tokio) donde nos concentramos más de cien mil personas en perfecto orden y sin agobios ni estampidas.

pena de muerte

Pero sucede lo fatal, el atentado anárquico y disruptivo. Un tipo sin historial medico ni político, ni desheredado de la tierra ni patriota enloquecido, con ínfulas de notoriedad y de ocupar un lugar en la historia de los magnicidios mata a Shinzo Abe, como otro más tenebroso a Olof Palme u otro más rabioso, a Isaac Rabin. Con una diferencia: Japón junto con los EE.UU. son los únicos miembros del G7 que mantienen vigente la pena de muerte. Al día de hoy son 100 presos a la espera de su ejecución en el corredor de la muerte, el pasado año se ahorcó a tres.

Visto el destino de Shinzo Abe, la pena capital no es lo suficientemente disuasoria, aunque mucho más que en los EE.UU., donde la violencia institucional parece irrefrenable mientras la violencia ciudadana campa a sus anchas. Con el gran incentivo de la disponibilidad de todo tipo de armas para cada ciudadano estadounidense por tutela constitucional, mientras que en Japón el acceso a las mismas es casi imposible y su control a los tenedores es absoluto. De ahí que el asesino del líder japonés haya tenido que fabricarse una pistola artesanal.

La sociedad japonesa aprueba las ejecuciones para los delitos gravísimos y el asesinato del ex primer ministro lo es por el magnicidio que supone y por romper la confianza social. ¿Cómo entender que se asesine con todas las facilidades a quien en otro país estaría fuertemente protegido?, se preguntan los japoneses. Pues ya ven a dónde me ha llevado mi anécdota familiar cuando hace menos de cuatro años contemplábamos asombrados aquella visión fugaz de Shinzo Abe desayunando solo y sin aparente escolta una luminosa mañana de domingo y concluíamos que Japón era un lugar seguro para todo el mundo, menos, visto lo visto, para Shinzo Abe. Que la tierra le sea leve. l