AS elecciones a la presidencia del Athletic del pasado viernes representan un ejemplo muy significativo de su trascendencia social, pero en realidad cada día se aprecia en otros ámbitos cómo el deporte y la actividad física constituyen un fenómeno social de interés público. Pocas estructuras colectivas (la política parece tristemente haber declinado desempeñar este papel vertebrador) tienen hoy día tal capacidad transformadora de nuestras sociedades, y por ello hay que valorar la trascendencia que tiene el desarrollo del deporte y su influencia a nivel social y ético.

Resulta ya una obviedad subrayar que el deporte se configura, tal y como los sociólogos lo califican, como un "hecho social total". Se sitúa en el vértice de cuestiones troncales de nuestro posmoderno tiempo social, al aglutinar elementos identitarios y de condición social, entre otros. Por ello, merece la pena analizar el papel que puede desempeñar el deporte en la respuesta a algunos de los retos que tiene planteados la sociedad en tres ámbitos específicos: en primer lugar, el análisis de la relación entre identidad y deporte desde la perspectiva de los procesos de construcción de las identidades, tanto a escala local como nacional y supranacional.

En segundo lugar, su capacidad tractora para poder corregir el aumento de las desigualdades y la consiguiente necesidad de poner en marcha procesos de integración de grupos de población en situación de vulnerabilidad social.

Y en tercer lugar, el proceso de envejecimiento demográfico y en la persistencia de unas bajas tasas de actividad deportiva tanto entre población joven como adulta, aspectos ambos sobre los que ha alertado la Comisión Europea en los últimos años, que hacen necesaria la elaboración de programas de promoción deportiva que consigan llegar a un mayor número de personas.

La implantación de los principios y prácticas de buen gobierno debe constituir un objetivo estratégico del máximo nivel y un requisito ineludible para el reconocimiento de cualquier proyecto deportivo que aspire a la excelencia y a la creación de valor de forma permanente. El "buen gobierno deportivo" debe reflejar una responsabilidad en las entidades deportivas frente a sus afiliados, frente al deporte y, especialmente, frente a la sociedad.

La tarea de la implantación de los elementos del buen gobierno no culmina con la simple aprobación de un código ético por cada entidad deportiva. Dicha labor debe ser permanente y tener un fiel reflejo tanto en la normativa interna de cada asociación como en la práctica diaria de la misma.

La práctica deportiva más o menos organizada en el tiempo de ocio permite la transmisión y difusión de valores, entre otros, como la solidaridad, la responsabilidad, la deportividad o el compañerismo, e incluso facilita la integración: personas con minusvalías, o personas procedentes de otras culturas pueden encontrar en el deporte un modo de inclusión en la sociedad en la que se encuentran.

El deporte y los eventos deportivos a todos los niveles constituyen un escaparate comunicativo excelente que debe ser aprovechado para transmitir comportamientos solidarios y cooperativos, campañas anti-violencia, e incluso programas que potencien la equidad de género, el voluntariado y la igualdad.

La influencia geopolítica del deporte como hecho social total o integral y su fuerza transformadora abre otra vía de reflexión que merece ser atendida, sin duda; la paradiplomacia construida en torno a la industria del deporte ocupa una emergente dimensión de soft power en el nivel internacional.

El parámetro de valoración de un dirigente deportivo no puede ser el código penal. Entre lo penalmente sancionable y el ámbito privado de conciencia debe alzarse también una ética pública. La ética marca los límites de la política, pero no sustituye a ésta. El equipo directivo de una institución deportiva ha de ser éticamente intachable, no puede haber un buen gobierno ni un buen gestor si no se respetan unos mínimos éticos, pero la ética sin más tampoco garantiza la buena gestión.

Los valores éticos, la recta deontología profesional y el compromiso con los principios de solidaridad y de profesionalidad son claves para todo proyecto vital y profesional, hoy más que nunca. Por ello, hablar de valores tiene hoy más sentido que nunca, aunque siga generando todavía un cierto escepticismo social. l