A expresión hizo fortuna en la boca del capitán Haddock, el fiel amigo de Tintin. ¡Mil rayos! era uno de sus más célebres gritos, anuncio de los arrebatos o insultos que salían de su boca, junto a sapos y culebras, cada vez que enfrentaba a problemas de cualquier índole. Aparece en escena el buen hombre ahora que la súbita cólera de la climatología, tras los días calor intenso, ha estallado en una cadena de rayos y truenos incesante sobre nuestros cielos. Cuentan, incluso, que nos hemos visto rodeados justo por... ¡mil rayos!

El temperamento levantisco del capitán, sus diatribas, sus debilidades, su actitud a veces torpe, a veces valiente, convierten a este personaje en un cascarrabias entrañable.

Los rayos y truenos que han retumbado sobre nuestras cabezas en las últimas horas generan esa misma impresión: que los cielos están cabreados o que los dioses del tiempo juegan sobre nosotros. No en vano, algunas de estas tormentas que nos rodean suenan a fondo de billar americano. A veces uno tiene la sensación de vivir en directo la rebelión oscura del clima, por mucho que se haya cruzado ya el solsticio de verano y vivamos días largos, alumbrados con las hogueras de San Juan.

Es tiempo, siempre lo ha sido por estas fechas, de tormentas. Nos dijo Ramón Gómez de la Serna (con la que está cayendo o a punto de caer no es mal plan leer tras los cristales...) que solo hay un olor que pueda competir con el olor a tormenta: el olor a madera del lápiz. O el de la hierba mojada o cualquier otro que les cautive. La gente de la mar nos recuerda que cualquier puerto es bueno en ocasiones como esta. Háganles caso. La furiosa borrasca se ha desatado con la vocación de hacer presa a los incautos y desprevenidos. Los rayos y truenos son su aviso así que no tienen excusa. Si se mojan es porque no escucharon a la naturaleza y sus advertencias.