ON el viejo manual de periodismo sobre la mesa, el descenso del precio de la electricidad en un 23 por ciento en el día en que se estrena la llamada “excepción ibérica” es una noticia destacada. Desde luego, es un hecho relevante que merece ser comunicado. Pero hasta ahí, oigan, hasta ahí. Que en algunos titulares, justamente en los de los medios que presumen de ser la releche de la independencia (ya tú sabes) y de la objetividad (ya tú sigues sabiendo), lo que están contando es que el santo varón que duerme en Moncloa ha obrado el milagro de ponernos la luz a precio de saldo. Y eso, salvo que se sea un propagandista de la causa sanchera, no cuela. O no debería colar, leñe.

Nadie dice que no esté muy bien que en 24 horas la tarifa del joío megavatio hora pase de 214 a 165 euros. Ocurre que cualquiera que haya seguido el histórico de la montaña rusa de las dichosas subastas sabe que no es nada extraño que de un día para otro haya bajones sustanciosos en el precio; el clásico paso atrás para tomar impulso. Igualmente, también es (o debería ser) suficientemente conocido que hace apenas 18 meses nos escandalizamos porque la tormenta Filomena había elevado la tarifa hasta los 80 euros. La mitad de lo que ahora se vende como un gol por toda la escuadra. Quién los pillara, ¿verdad?

Así que menos congas de Jalisco y menos oeoeoeoé. Esto no es cómo empieza sino cómo sigue. Ahí tenemos el fiasco del descuento de los veinte céntimos por litro de carburante. Si dentro de un mes los precios siguen la senda bajista, les prometo que me postraré de hinojos y reconoceré mi imperdonable falta de confianza.