A la chita callando hemos vuelto a Canal+, aquella estación de matriz francesa que ofrecía cine, fútbol y porno a suscriptores e informativos y guiñoles a los pobres. Una tele gourmet que vivió de 1990 a 2016 y degeneró en Cuatro. Lo de ahora es parecido, pero sin decodificador. Se prima el consumo, previo desembolso, de algunas series antes de su difusión en abierto. Algo así como el botón de la ansiedad. Es lo que está haciendo Atresmedia con el pretencioso documental de los Borbones y lo planificado por Mediaset para su nuevo culebrón folklórico-taurino sobre Rocío Carrasco. En esencia, un fraude consentido.

Hay tres tipos de televidentes. Los puntuales, que ven sus programas a la hora. Los adelantados, que pagan para tener ese placer antes que nadie. Y los diferidos, que esperan días para disfrutar de lo que no pudieron en su momento y para quienes en Euskadi existe ETB nahieran/ETB A la carta. Tres mundos, tres clases, tres ideas del ocio audiovisual que se resumen en dos: los que tragan con todo, incluso cotizando, y los exigentes, que eligen lo mejor, como el concierto de Fito en San Mamés, por ETB-2, sin plus ni plas.