Puede ser que la monarquía sea una institución caduca como piensa mucha gente o que simplemente sea una fantasía del pasado para países nostálgicos. Pese a ello en el Reino Unido parece conservar su popularidad de siempre. Casi dos de cada tres británicos se declaran a favor de ella. Los escoceses son, según las encuestas, los más hostiles a la institución, pero tampoco de manera abrumadora.

Puede ser que la reina con sus 96 años tenga que ver algo con ello. Elizabeth II, es decir Isabel II, como se le conoce por aquí, aunque sean nombres diferentes, es un símbolo de entrega y cumplimiento del deber, y sus súbditos así se lo reconocen.

La veterana monarca forma parte del patrimonio sentimental del país, como lo son los Beatles, el Big Ben o James Bond. Lleva la friolera de 70 años en el trono, y ha desbancado a su célebre tatarabuela la reina Victoria que reinó durante más de seis décadas. Desde Churchill hasta Boris Johnson, al que, por cierto, le vendrán muy bien políticamente estos aires festivos, pasando por Margaret Thatcher, la reina ha despachado con 14 primeros ministros. De ella se dice que no sentía gran pasión por la dama de hierro y que, sin embargo, se arreglaba a las mil maravillas con el laborista Harold Wilson.

Ni las tensiones nacionales, ni el Brexit, ni la crisis del covid, ni tan siquiera las agresiones sexuales de su hijo preferido han hecho tambalear la Corona en el Reino Unido. Nadie duda de que es el elemento cohesionador del país. Cuentan que era tal el júbilo que se respiraba en las calles de Londres el día de su proclamación como reina en 1953 que hasta los carteristas dejaron de trabajar aquella jornada. El espíritu de unión recordaba a las celebraciones populares por la victoria sobre la Alemania nazi. Claro que también ha tenido sus annus horribilis pero hasta ahora lo ha sabido capear a su favor.

Ahora, en estos días de alborozo y fasto del Jubileo de Platino, el sentimentalismo monárquico se dispone a hacer caja con su septuagésimo aniversario. Dos días de vacaciones a la plebe que les han caído llovidos del cielo. Cientos de miles de británicos han engalanado sus coches y caravanas, y se han dirigido al campo, a la costa o al mismo Londres: cualquier lugar donde puedan expresar el fervor por su majestad. Cerveza, té, galletas, hasta unas patatas fritas con sabor de pollo a la coronación se sumarán como novedad a la casi siempre denostada gastronomía isleña. No solo ello, en el Jubileo la memorabilia adquiere un punto kitsch, hortera en otras palabras, que se extiende desde Land's End en Cornualles hasta la punta de John O'Groats en Escocia. Llaveros, zapatillas, ceniceros, vasos, banderines y banderas dejarán a las arcas unos pingües beneficios. Todo sea por la Corona, dirán algunos. Y qué mejor utilidad puede tener la familia real, contestarán otros muchos. Luego, más tarde vendrán las películas y los libros. No es de extrañar que a la familia real se la conozca como The Firm, es decir: La empresa.

No sé si el secreto de longevidad en su reinado se esconde en forma de poción mágica en algunos de sus bolsos o, simplemente, en su tozudez en seguir en el trono antes de dejarle a su hijo Charles llevar las riendas del país. Este siempre se ha distinguido por ser un hombre con demasiadas ideas y los británicos prefieren la discreción de la reina y su afición a los perros y caballos a los devaneos intelectuales de su hijo. Algunos tampoco le han perdonado que hiciese infeliz a aquella popular aprendiz de reina y madre de sus hijos que pretendió humanizar la Corona. Craso error.

Sea como fuere, lo que parece cierto es que la Familia Real es una buena distracción cuando corren malos tiempos. La pompa y el espectáculo teatral de sus actos no hacen olvidar las crecientes desigualdades del país, pero le dan una buena capa de pintura. Los súbditos adoran a sus monarcas porque les parece que llevan vidas muy ajenas a ellos, y ahí está precisamente el hechizo. Quizás sin fuesen comisionistas o asaltadores de camas ajenas como es el caso en otros países, esa misma y humana condición les alejaría del fervor con que muchos británicos ven a la actual soberana del Reino Unido y de cada vez menos países de la Commonwealth.

Ahora, la pregunta es sí las próximas generaciones reales tendrán la misma aceptación que tiene y ha tenido durante 70 años Elizabeth II. El listón está muy alto y me temo que si no es así, la monarquía se convertirá en un souvenir del pasado, incluso en el Reino Unido. l

* Periodista