A de vuelta, recupero la rutina de salir al balcón a echar una calada, y ahí veo a ama un poco morruda. Como no le dije que me iba, tras venir algún día al balcón e irse de vacío, está pelín enfadada.

Para desenfadarla le he contado algo de las vacaciones y de cómo me paré a ver algunas procesiones. Me corta y me pregunta inquisitorial sobre el tema, apelando a que siempre me metí con ella llamándola santurrona y comemisas. Le explico que, aún no siendo lo mío las procesiones con autoridades, curas, guardias, mantillas y música heroico-tremendista de cornetas y tambores, resulta que al ver a mucha gente viéndolas gustosa y con respeto, las observaba atento, pensando y receloso.

Sorprendida por mi formalidad, me pregunta qué pienso mientras observo, y le digo que planeo mi futuro como intermediario comisionista, que parece es lo que se lleva en Madrid, donde gente sin currar cobra una pasta poniendo en contacto a gente. Ama sonríe y cuenta que además de abundar comisionistas, en Madrid ha funcionado un lío de perversiones, desde la traición de gente de Almeida indagando al hermano de la contraria, hasta la venganza de gente de Ayuso filtrando la investigación al primo del contrario.

Le recuerdo que, aun y todo con su lío, Dña. Ayuso vino a Euskadi a lucir Madrid y buscar a empresarios vascos para que vayan para allá. Ama entonces me dice que, aparte de que solo se reunió con pelotas y algún que otro traidorzuelo, no entiende que ningún empresario de los de verdad vaya a un lugar apestado de especuladores de pacotilla que ni crean ni producen nada.

Se despide deseándome suerte en mi futuro de parásito comisionista, y cuando le pregunto a dónde va, contesta que, como yo en mis santas procesiones, a observar atenta y recelosa Madrid, sitio en el que, a pesar de las procesiones de vengativos, traidores y especuladores, hay mucha gente gustosa con quien aquello dirige.