A alusión de Zelenski al bombardeo de Gernika para ilustrar lo que pasa en Ucrania a manos del ejército ruso ha despertado las tripas del nacionalsocialismo periodístico español. Si el cavernario Hermann Tertsch, a la sazón eurodiputado de la ultraderecha, afirmaba que la "iconografía" de lo aquí sucedido fue "pura propaganda de guerra", una tal María Jamardo, pupila de la cuerda de Hazte Oír, se despachó asegurando que "ni el que bombardeaba era tan malo ni los bombardeados eran tan buenos". La Fiscalía tan profusa en persecuciones debería echarle el anzuelo a la susodicha por delito de odio, ya que uno no está para perder el tiempo en discutir con fascistas sobre el guerracivilismo patrio, que por lo visto aún impera. Me recuerda a cuando el finado, políticamente hablando, Pablo Casado soltó aquello de que "los de izquierdas son unos carcas" porque "están todo el día con la fosa de no sé quién". Ante las masacres y crímenes de guerra hay quienes tratan de enterrar con resistencia y relatos prefabricados la verdad -ya lo hizo Putin con Chechenia y Siria-, más ahora que se tiende a pensar que ya no existe la información basada en testimonios, sino que todo es opinión, interpretación y conjeturas a golpe de clic. Que el periodismo está sepultado. Pero hay historias, como la de Bucha, donde no hace falta resucitar a corresponsales como George L. Steer, que dio a conocer al mundo la barbarie de 1937. Ni aunque nos muerdan los mismos perros de entonces.

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