OR razones ajenas a mi esfuerzo disponía desde hace años de unos dólares. No sé si aburrido de tener dólares inactivos o incómodo por tener dinero en formato capitalista rotundo, hace un mes decidí convertirlos en euros, moneda que me resulta más amigable. Dos semanas después y debido a la guerra en Ucrania, el dólar ha subido un pico respecto al euro y, haciendo cuentas, descubro desolado que he perdido una pasta por no esperar diez días al trueque. Tras pensar que había perdido una oportunidad, concluí que estaba bien, que ganar pasta como consecuencia de una guerra no es éticamente lo más correcto. Mi cerebro seguía mosqueado, pero mi alma, lo más importante, estaba satisfecha.

Mientras resolvía mis contradicciones entre alma y cerebro, seguía los aconteceres de la invasión rusa de Ucrania, y empecé a inquietarme con la guerra económica paralela que se venía desarrollando. De pronto, los americanos del dólar se sientan con D. Maduro, el malodetodalavida, y lo abrazan sin problemas, y al día siguiente, D. Biden anuncia que ya no le compra petróleo a D. Putin. O sea, que el siempre enemigo pasa a amigo de siempre por tener el petróleo que sustituirá al que tenía el antes algo amigo y hoy mayor enemigo. Más que en guerra parece que estamos en un mercadillo, y eso es hipocresía.

Y, entretanto, mientras los demás nos las vemos para pagar la luz, están los que, exigiendo cambio de modelo energético, impiden indagar el gas que pudiéramos tener o protestan contra parques eólicos en su obsesión por generar energía sin estropear nada, y todo eso sin proponer alternativa alguna y guardando silencio ante lo que nos lleva aceleradamente a encarecer una energía que producen otros, aunque sean invasores o su energía contaminante. Y ese silencio también es hipocresía. De haberlo sabido, a lo mejor ganaba mi cerebro, perdía mi alma y hubiera sido hipócrita con mis dólares.