AN pasado unos días ya pero se tardará en olvidar. La victoria del Athletic frente a la Real Sociedad corresponde a uno de esos momentos en los que el fútbol se convierte en pura pasión al concentrarse en noventa minutos inolvidables para los vencedores y terribles para los vencidos. Porque sí, tampoco se olvida fácil el día en que mordistes el polvo, ¿verdad? Han pasado unos días, digo, pero en el horizonte se vislumbra otro de esos partidos matasellados con el beso de la pasión: un partido contra el Barcelona en el Nou Camp, en vísperas de una semifinal de Copa y con la aspiración de acercarse a las costas europeas. Son estos los partidos que se juegan para recordar, cuando en los carteles a uno le anuncian como David y al otro como Goliat. Si vuelves a hacerlo, Athletic, se recordará esta semana durante años.
¿Y para qué sirve algo así, se preguntarán algunos de ustedes, si no vas más allá? Para que se quede en el recuerdo. Y para que brote la flor de la belleza con la pasión en juego. Por eso tuvo un sabor distinto el último 4-0, por eso se le espera al Barcelona resucitado.
¿No me creen? Se lo ilustraré con un ejemplo. Osvaldo Soriano y Eduardo Galeano eran dos escritores latinoamericanos que sentían el fútbol de esa manera. Y fue el primero quien le escribió una carta al segundo, una que habla de esos recuerdos. Se la leo:
"Te cuento que el otro día estuve en el supermercado Carrefour, donde antes estaba la cancha de San Lorenzo. Fui con José Sanfilippo, el héroe de mi infancia, que fue goleador de San Lorenzo cuatro temporadas seguidas. Caminamos entre las góndolas, rodeados de cacerolas, quesos y ristras de chorizos. De pronto, mientras nos acercamos a las cajas, Sanfilippo abre los brazos y me dice: Pensar que acá se la clavé de sobrepique a Roma, en aquel partido contra Boca Se cruza delante de una gorda que arrastra un carrito lleno de latas, bifes y verduras y dice: Fue el gol más rápido de la historia
Concentrado, como esperando un córner, me cuenta: Le dije al cinco, que debutaba: no bien empiece el partido, me mandás un pelotazo al área. No te calentés que no te voy a hacer quedar mal. Yo era mayor y el chico, Capdevila se llamaba, se asustó, pensó: a ver si no cumplo. Y ahí nomás Sanfilippo me señala la fila de frascos de mayonesa y grita: ¡Acá la puso! La gente nos mira, azorada. La pelota me cayó atrás de los centrales, atropellé pero se me fue un poco hasta ahí, donde está el arroz, ¿ve? -me señala el estante de abajo, y de golpe como un conejo a pesar del traje azul y los zapatos lustrados-: La dejé picar y ¡plum! Tira el zurdazo. Todos nos damos vuelta para mirar hacia la caja, donde estaba el arco hace treinta y tantos años, y a todos nos parece que la pelota se mete arriba, justo donde están las pilas para radio y las hojitas de afeitar.
Sanfilippo levanta los brazos para festejar. Los clientes y las cajeras se rompen las manos de tanto aplaudir. Casi me pongo a llorar. El Nene Sanfilippo había hecho de nuevo aquel gol de 1962, nada más que para que yo pudiera verlo".