Muestra el presidente un pañuelo azul en los festejos taurinos para que al toro, por bravo, se le dé una vuelta al ruedo después de muerto. Al morlaco le da igual porque es un fiambre tras sufrir lo suyo y la dignidad con la lengua colgando es menos. Los aplausos del Grupo Popular en el Congreso a Pablo Casado sonaron a pañuelo azul. Se los dedicaron quienes le dieron de lado horas antes, cuando aún habría tenido ocasión de ser amnistiado si realmente hubieran ponderado esa presunta bravura. Pero le dejaron desangrarse, desorejado a la vista de todos y, tras la degollina, el aplauso suena a recochineo.