Pongamos que Pablo Casado se va. O le echan; o le ayudan a marcharse, puesto que nadie da ya un duro por él. ¿Saldrá de rositas el PP vasco que el presidente previsiblemente defenestrado domesticó para su mayor comodidad? Liquidó al hombre fuerte del partido -Alfonso Alonso- a su presidenta interina -Amaya Fernández- y dejó el erial en manos de un Carlos Iturgaiz que no ha actualizado en 25 años su versión 1.0. A lo mejor cabría esperar de él la vergüenza torera de irse de la mano de quien le sacó de la cripta política para cosechar la insignificancia electoral en Euskadi. Que no, ¿verdad?