NTIENDO la felicidad por que deje de ser obligatoria la mascarilla en la calle o el pasaporte covid en la hostelería. Ahora, con las bocas destapadas, es momento de decir bien alto que una y otra medidas han sido siempre un sucedáneo del comportamiento cívico. En presencia de este, seguramente no harían tanta falta los otros. Pero habíamos aprovechado la calle para no portar mascarilla despreocupados de mantener distancias. Un vino permitía alargar la conversación sin tapabocas y la vacuna era, para algunos, cosa de los demás. El sentido a la restricción siempre se lo da nuestro sinsentido.