I será perniciosa la nocturnidad que te la pagan. Vivir de noche merece un complemento salarial en muchas profesiones por el impacto que se le reconoce a la distorsión horaria. La noche es un ecosistema propio donde los gatos se vuelven pardos y un territorio nuevo cada vez, aunque sean las mismas baldosas del día. Cosas maravillosas y cosas horrorosas, que a duras penas podrían ocurrir en la claridad, campan a sus anchas. Los animales de luz somos un poco menos aguerridos de noche y las bestias de la oscuridad se envalentonan. El efecto que porduce en nosotros la noche lo explicaba hace ya tres siglos Edward Young: "En la noche, el ateo cree en Dios a medias".

En la noche, la realidad vive en un haz de luz y todo lo que lo rodea es una mera presunción. Es una metáfora de nuestra actitud vital, concentrada en lo que nos interesa mientras ata a la inexistencia todo lo que no requiera nuestra atención principal. Frivolizando tanta presunción de profundidad, es como los Juegos Olímpicos de Pekín. Se desarrollan en la noche de occidente pero se programan sus eventos para que lo atractivo, lo definitivo, las finales que construyen héroes del deporte, nos lleguen en directo. Pero durante nuestra noche, cuando no vemos o no queremos ver, se frustran ilusiones y se quedan por el camino de la competición quienes no alcanzan la claridad de nuestro día. Otra metáfora del haz de luz que enfoca hacia la fiesta deportiva y oculta la oscuridad de la censura, de la privación de los derechos. Los regímenes opresores son animales nocturnos; alimentan la ausencia de luz a imagen de lo peor de nosotros.

La noche no hace brutal a nadie pero sí ampara la brutalidad. Su influjo es conocido y buscado, por eso la nocturnidad es un agravante penal. Lo supo de la peor forma Esther López, que halló la muerte una madrugada en Valladolid, y los dos chavales apuñalados ayer en Madrid. Sin motivos, sin principios; todos arrebatados por almas oscuras.