Enrique Maya me lo imagino como el listillo que se cuela delante de tus narices en la cola de la villavesa, si hiciera alguna vez uso de ese servicio. O como el vivales que pide cubata cuando la ronda la paga otro y zurito cuando le toca a él. En el mus sería de esos fulleros a los que hay que vigilar cada vez que cuenta sus tantos y echa mano de los amarrekos. Y en el terreno de juego, ese central sucio, en eterna búsqueda de la tibia del contrario y de la oportunidad para el piscinazo. Será legal, todo lo legal que se quiera, aprobar el presupuesto de la ciudad con su voto de calidad, aprovechando que hay muchas posibilidades de que todavía no haya sido designada la sucesora del ya exconcejal de Bildu Joxe Abaurrea. Pero de ético, nada. Y de estético, todavía menos. Ocurre, sin embargo, que tanto la ética como la estética cotizan a la baja en la política de hoy, y mucho más en el campo de la derecha, en continua carrera por el puesto del más impresentable, como observamos en el duelo entre Casado, Ayuso y Abascal en el Estado. Igual porque acabábamos de salir de los horrores del barcinato, muchas de las personas que preferían otras opciones agradecieron a Maya el talante en general discreto que mostró durante su primer mandato como alcalde de la ciudad, del 2011 al 2015. Sin embargo, la pérdida ese año del puesto de primer edil convirtió al apacible doctor Jekyll en un míster Hyde en continua sobreactuación, vociferante y marrullero, faltón con los que no le votaron. Recuperar la presidencia del Pleno en 2019 no le ha hecho mitigar su rencor a esa otra mitad de la ciudad. Supongo que hay también de por medio una cierta competición con ese Javier Esparza cada vez más mortecino y repetitivo, por ver quién ocupa un lugar más alto en el santoral de la parroquia diestra, tan amante, al parecer, de los tramposos.