ABLANDO de América ciertos personajes me recuerdan a los Cronistas de Indias que escribían sus fábulas sin moverse de Madrid, al servicio del Estado y la Iglesia. Recogían información de los viajeros que contaban o inventaban experiencias para luego redactar sus discursos, ajenos a la realidad. El mayor de ellos y si estuvo en América, Bartolomé de Las Casas, se convirtió en defensor de los amerindios al ver el asesinato y atropellos sistemáticos. Francisco de Vitoria, padre del Derecho Internacional, entre otros, favorecieron la redacción de Las Leyes de Indias que, al decir de muchos, fueron perfectas aunque jamás se cumplió un artículo de las mismas. A mas de la conquista violenta, las plagas del hombre blanco, viruela, tifus, etc., diezmaron poblaciones que América recuerda con dolor. Para eso no hubo leyes que enunciar. Ni medicina para curar. Ni compasión para llorar.

Las Casas y otros clérigos aportaron una idea que dio comienzo a 300 años de atroz esclavitud. Hablaron de la Humanidad africana para ocupar el puesto del amerindio e iniciaron un Holocausto. La Humanidad africana conoció expolio con el comercio negrero, en colaboración con jefezuelos locales que vendían sus jóvenes en trato abominable. Encadenados trajinaban por África, vía Dakar, se les metía en prisión a la espera de embarcarlos a América en una travesía de terror. Muchos morían hacinados o apestados, de tristeza, hambre y sed, trofeos de la religiosidad de los colonizadores de los siglos XVI y XVII.

Sin nombre, sin orientación, sin lengua común, derivaban de varias partes de África, estos hombres y mujeres fueron vendidos en pública subasta. Se contabiliza, en esos dos primeros siglos, 620.000 africanos vendidos, a los que habría que añadir la imprecisa suma del activo contrabando extendido por la zona del Caribe. No hay computo de los muertos. En el siglo XVIII el tráfico, regularizado en manos españolas, francesas, holandesas inglesas, portuguesas, se calcula en 5.500.000 personas. Al independizarse América, siglo XIX, se habló de abolir la de esclavitud de la Humanidad negra.

Al comentar la conquista de América, hay que ser prudente y quien la realizó, contrito. No hay religión ni lengua ni imperio ni rey capaz de servir de atenuante para maltratar y estigmatizar a ortos seres humanos. En Venezuela, los indios Caracas, entre otros, dejaron solo su nombre. Como caso insólito se mantuvo una población de negros huidos de las plantaciones que formaron un reino. Enfrentados a las autoridades españolas, les toco perder pues el caballo y el cañón y la formación militar sofocaban toda rebelión. Fue abolida la esclavitud mediante decreto, 1854, pero no logró liberarlos y podía verse en los periódicos de finales del siglo XIX, me tocó catalogarlos, llorando, anuncios reclamando esclavos fugitivos con la marca en la piel del propietario.

No debiera servir hoy de enfrentamiento semejante tragedia, sino de clamor por un reencuentro civilizado desde la reflexión y la rigurosidad histórica. En vez de desfiles militares y discursos vacíos, hora es de aumentar puntos cívicos y fluidos comerciales entre Europa y América. No levantar empalizadas, abrir caminos de bonanza, para rebajar en algo el gran mal causado. Pedir perdón, no veo un atisbo, no basta. Hay que trabajarlo.

No se puede señalar con mofa los apellidos de la gente, sino pensar cuáles fueron los gentilicios perdidos en el apocalipsis del encuentro de Castilla con una América en la que cabían tres imperios, Azteca, Inca y Maya, ninguno bueno es verdad, que eran imperios, y de los cientos de pueblos con personalidad sorprendente y que fueron extintos: Araucanos, Caribes, Chanaes, Charruas, Mapuches, Querendíes. Resultan... héroes sin redención y sin historia, / sin tumbas y sin lágrimas, / estirpe lentamente sumergida / en la infinita soledad arcana... así reza el poema uruguayo de Tabaré, que habla de ese enfrentamiento. Hubo un vasco que escribió una crónica en verso, Ercilla, sobre los Araucanos y su lucha. Se distingue por ser el único en 300 años que narra en plan de igualdad el conflicto entre conquistadores y conquistados. Y otro vasco, el bárbaro Lope de Aguirre, que delató la ferocidad conquistadora.

De la conquista hay mucho que lamentar, sino todo, pero la principal es la falta de mujeres. Destacan y no para bien, Catalina de Erauso, monja y alférez, combatiente en la guerra araucana y según narró, la primera persona blanca que atravesó el desierto de Atacama. Resulta tan nefasta como Malinche, amante de Cortés, que le sirvió de introductora con los pueblos arrasados por el imperio azteca para facilitar a los españoles su conquista, el divide y vencerás romano. Aseguran que su hijo fue el primer exponente del mestizaje. Menos mal que resplandece Juana Inés de la Cruz, siglo XVII, en el virreinato de México, precursora de los derechos femeninos en su magnífica Carta a Sor Filotea, y en su obra poética.

Prevaleció en la conquista y quizá como primera víctima, el varón joven, acorazado y con arcabuz, con licencia para matar, tropa recabada del conquistado reino nazarí, de ahí deriva el acento peculiar del hablar castellano de América, y su pertinaz violación de amerindias y afroamericanas.

La vida, dice García Márquez, es una sucesión de oportunidades para sobrevivir. En este terrible asunto de la conquista y colonización de América, deberíamos mover fichas con cautela y respeto para revisar la hecatombe sufrida, por unos y otros.

* Escritora y bibliotecaria